miércoles, 10 de abril de 2013

Sueños rotos



Cuando un sueño se desvanece, parece el mundo llega a su fin.
Luciana, desde niña había soñado que sería bailarina.
Había comenzado a estudiar en la academia de danza a los diez años y llegó a ser una estudiante brillante. Muy jovencita, había empezado a trabajar en una compañía de ballet con la que hacía giras por todo el mundo, Sídney, París, Nueva York, y muchas otras capitales importantes.
Cada temporada significaba viajar de acá para allá, terminaban una presentación en un teatro y tenían que preparar la siguiente obra. Esta fue su rutina por dos lustros.
Su círculo de amistades se limitó a los compañeros de la compañía, tuvo pocas oportunidades para hacer amigos durante el secundario; mientras sus compañeros iban al viaje de egresados, ella estaba en Tokio. Era la envidia de sus compañeros porque el propietario de la compañía era un famoso bailarín, embajador cultural de su patria.
En una de esas giras, pasó lo inesperado: en un ensayo, mientras realizaba un salto, cayó al piso; se oyó un fuerte ruido, de inmediato la llevaron a emergencias médicas, pero la situación no podía ser más desalentadora.
Con veinticinco años, Luciana había quedado impedida para continuar con el sueño de su vida. El informe médico decía: «fractura de cadera», su recuperación sería prolongada, y dependería de un andador para movilizarse; todos sus ahorros de las giras los percibía en la moneda local de su país, aunque las presentaciones las realizaban en Europa.
Las cirugías, la costosa prótesis y el largo periodo de recuperación acabaron con sus ahorros.
Su escasa formación en otras áreas la relegó a un puesto de vendedora en un quiosco en su ciudad.

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