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martes, 31 de julio de 2012
La sombra II
19:07
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Había sido abandonado en un sótano bajo el efecto
de un somnífero, lo habían dejan en compañía de una camada de seis gatitos y la
madre.
Los ruidos y los saltos en su espalda lo habían
despertado después de dos días; la tenue luz que ingresaba por una escalinata
le permitía observar los juegos de las entrometidas compañías.
Los días transcurrían; las travesuras de los
mininos entretenían a su amo; compartía la bolsa de alimento de los gatos, que
encontraba apoyada en una pared; para alimentarse la madre había desgarrado la
bolsa, eso duró solo unos días.
Por las noches la madre traía palomas que cazaba
en el parque, haciendo otro aporte al sustento. Toda la familia salía por las
noches a la fuente de agua, allí tomaban su ración del día; el ritual se
repetía cotidianamente.
Una camada tras otra se iba sucediendo, las más
recientes se iban convirtiendo en más ariscas; al pequeño solo se lo podía ver
en las noches oscuras tomando en la fuente. Un incidente en los días calurosos,
le hizo saber lo poco deseable que era su presencia. Esa noche un grupo de jóvenes lo acorralaron
y lo golpearon por su aspecto poco atractivo. Desde esa noche el terror se
había apoderado de su vida.
Según iba creciendo el pequeño, adoptaba costumbres
de los animales: dormía arrollado, encorvaba el lomo cuando se asustaba, abría
la boca amenazante exponiendo los dientes cuando se veía amenazado por algún
perro vagabundo.
La escasa ropa la buscaba en los contenedores de
basura del vecindario, de donde también se proveía los alimentos; los hábitos
de la colonia son nocturnos para buscar los alimentos; y retozaban durante el
día.
Sentía que la presencia humana amenazaba su vida;
sus salidas eran cada vez más cortas, las noches de luna llena, la madre le
llevaba un pichón que cazaba entre los árboles. Era la única que le ronroneaba
refregando su lomo entre sus piernas; si alguna vez sintió afecto en su ser,
fue de esa tierna gata, que lo alimentaba y lo mimaba cada día.
Su familia era la creciente camada felina.
jueves, 27 de octubre de 2011
Vidas transformadas
22:53
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Nadie iba a creerle. Había defraudado tantas veces a sus amigos, que en su interior solo había dolor.
En su mente tenía los recuerdos de un padre tramposo, extorsionador y fraudulento. Su madre los había abandonado cuando él tenía apenas cinco años. De niño, en su tierno corazón, apenas podía diferenciar lo bueno de lo malo, todo cuanto hacía su padre le producía una extraña sensación de admiración, él deseaba ser como su padre.
Vivió con él hasta los diez años. Nunca supo qué le ocurrió, simplemente un día no volvió más a su casa. Desde muy pequeño había imitado la conducta de su papá, salía a pedir comida en las estaciones ferroviarias. Los años fueron pasando hasta que se había ganado el respeto de otros niños que, como él, vivían en la calle.
Nunca había oído de Dios, el hombre que le habló era un exconvicto, al igual que él, este individuo también había pasado su juventud en prisión, había salido ya adulto, se había aferrado a su fe, y propuesto en su corazón ayudar a los presos en las cárceles.
La falsa moral reinante lo obligaba a esconderse del mundo. Esta actividad lo llenaba de satisfacción. No todos aceptaban sus regalos, pero él persistía con quienes esperaban encontrar una vida diferente a la que habían vivido. Norberto tomó los regalos con la única curiosidad de aprender a leer. Al perder a sus padres a tan temprana edad, nadie se había ocupado de que tuviera una educación escolar como todos los niños. Quedó muy impresionado porque otros chicos de su edad podían leer cualquier libro.
Con la ayuda de ese hombre generoso, aprendió a escribir y a leer, su mundo fue cambiando con el paso de los meses, fue otra la visión que incorporaba cada día. La realidad de la prisión era lo único que conocía, el mundo que dominaba desde muy pequeño, la violencia era lo que él había empleado para todas sus fechorías.
La lectura le había enseñado un mundo diferente, «Ama a tus enemigos», era una de las enseñanzas que taladraba su mente y se preguntaba ¿hasta dónde lo llevaría esto? Los guardias también estaban impresionados por el cambio en su conducta, pero eran cautelosos.
Hizo todo para aprender todo lo que podía, el círculo que lo rodeaba no permitiría que saliera libre con facilidad, era continuamente hostigado por sus compañeros de celda, pero él tenía el sueño de ser libre un día.
A pesar de todo, nunca volvería a ser el mismo.
A pesar de todo, nunca volvería a ser el mismo.
martes, 18 de octubre de 2011
Duelo por la mascota
21:29
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Ese domingo había salido temprano con sus amigos, había jugado varios partidos de fútbol, tenían cuatro equipos que iban rotando conforme ganaban. Muy agotado, regresó al medio día para el almuerzo.
Cuando llegó, su casa estaba vacía, salió al patio trasero, pero ningún miembro de su familia estaba allí, le pareció muy raro tanto silencio. Llamó a Ponchi, su mascota, un perro que había encontrado en la calle cuando aún era un cachorrito.
Fue a la cocina, miró en la heladera buscando algo para comer, el apetito era tal que no podía esperar a que llegaran sus padres. Tomó queso y pan de molde e improvisó una merienda, la acompañó con una bolsa de papas fritas y gaseosa. Mientras comía, se dispuso a mirar la tele, pasaba de un canal a otro, en un noticiero vio un choque de vehículos, uno de ellos por el impacto terminó arriba de la vereda, el golpe rompió un semáforo y cuando este cayó, derribó a unos peatones que paseaban con sus mascotas.
Sintió lastima por la gente malherida, cambió de canal y siguió con su merienda. Pasó una hora cuando llegó su madre, estaba muy agitada, tenía las manos temblorosas y le costaba articular las palabras.
El muchacho estaba desconcertado por el comportamiento de su madre, nunca la había visto así, tenía una mezcla de sentimientos encontrados, hasta que se animó a preguntarle: «¿Qué te ocurre, má?». Ella lo tomó de los hombros y le contó lo sucedido: «Salimos a caminar a la plaza, cuando volvíamos, ocurrió un accidente. Chocaron dos vehículos uno de ellos se estrelló contra un semáforo y lo derribó, uno de los faroles se desprendió y golpeó a Ponchi, quedó muy lastimado. Lo llevamos al veterinario, allí nos dijeron que tenía hemorragias internas, aguantó una hora y murió.»
Tomó a su hijo entre sus brazos y él no pudo reprimir un sollozo.
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