lunes, 17 de marzo de 2014
Inquieta peluche gris
Antes que el primer rayo del día se hicieran presente salió al monte, su rutina era buscar una presa y, si la fortuna se mostraba benigna le ofrecía un panal y su cristalino manjar.
Caminó por los serpenteantes senderos del monte, los árboles lucían fantasmales, con sus ramas retorcidas por el viento.
El canto de las aves era cada vez más intenso, con el brillo rojizo en el horizonte. Las ramas cambiaban sus figuras tétricas a delicadas ramas verde oscuro, con los tenues rayos de luz.
Abajo de una enramada, vio movimientos torpes, con pasos suaves inclinó el dorso, al descubierto estaba una felpuda cola gris, la sujetó con suavidad y tiró de ella; era un pequeño peluchin gris con orejas punteagudas y hocico rojizo; movió la cabeza de un lado a otro, su mirada delataba su extravío.
La puso en un bolso y la llevó a su casa, allí la dejó entre una camada de cachorros de la perra de la casa; creció como uno de ellos, jugueteando a los mordiscos, en ocasiones su conducta delataba su instinto de caza, atacando con certeros mordiscos al cuello de su compañero de juego, este se quejaba con desesperados alarido para ser liberado, al correr peligro su vida.
Mientras todos los cachorros duermen por el aplastante calor, ella lleva una despreocupada e inquieta vida, con pasos ligeros recorre el patio de la casa y, la de los vecinos; remueve trozos de telas viejas, toma trocitos de madera y los lleva de uno a otro lugar; su instinto hace que recorra cada recoveco de la casa y, la del vecindario, con la nariz al ras del piso.
Un extraño visitante persigue con la mirada de asombro a la pequeña; admirado, no dejaba de seguir los movimientos a ése pelaje gris brillante, sus cortas patas no le dejanban quieta un instante.
Alertada con los gruñidos de su madre, la pequeña se dirigió hacía ella buscando asilo en su mirada protectora, que con una áspera sonrisa ahuyentó al furtivo, aunque su hija era una zorra.
jueves, 6 de febrero de 2014
El mirador
La temperatura rondaba los 35 grados centígrados, el joven sin parar seguía con su labor, por generaciones se habían dedicado al cultivo en el campo.
Desde un sendero distante, que estaba en la cima de una colina, transitaba todos los días una niña llevando su canasto; como sí se tratara de una cita, la jovencita se detenía un momento para observar al joven del campo, cada vez que pasaba por ese paraje.
Transcurrieron los años, un día cuando la época invernales se aproximaba, los habitantes de la comunidad se daban cita en el almacén del pueblo, estaban para aprovicionarse para los días cuando la nieve no les permitiría salir de sus casas.
La muchacha al ver al joven en una esquina del almacén, se agitó con sólo verlo tan cerca; él tenía un sombrero de ala ancha, un sobretodo largo, casi hasta los tobillos; en sus brazos sostenía dos paquetes y revolvía otros artículos; cuando finalizó, se detuvo en la puerta, giró la cabeza y, vio a una joven que no le quitaba la mirada, esbozo una sonrisa; giró sus pasos magnetizado por el reluciente brillo de los ojos de la joven; eran de color verde oscuro, su pelo ondulado era castaño, tenía un sombrero de copa redonda y ala amplia.
Desinividos conversaron, entre tanto él cargaba en la carreta sus compras; la joven solo tenía un pequeño bolso de hilos; viajaron juntos los dos kilómetros hasta la casa de la muchacha, y el resto del viaje, de una hora, le pareció un instante, porque se le había fijado el rostro en la mente del muchacho.
Las visitas se hicieron frecuentes hasta que cayó la tormenta de nieve, todo quedó bajo una gruesa capa blanca; a la joven le pareció que el invierno no terminaría más, cada día miraba por la ventana, tenía la ilusión de ver al muchacho que lo había cautivado desde pequeña, pero, sólo alcanzaba a ver la danza de la nieve, que era traída por el viento de un extremo a otro.
Un día dos avecillas trinaron en su techo, miró detrás de las cortinas, su corazón tomó una renovada ilusión, el sol brillaba con intensidad, transcurrieron solo pocos días hasta que apareció el joven con un ramillete de flores; se fundieron en un interminable abrazo, juntos hicieron que todo girara a su alrededor.
En pocas semanas el campo tomó su color veraniego, las aves cantaban sus melodías y la brisa esparcía el perfume de las flores.
Pasaron las semanas y a mitad de la primavera, salieron de la capilla tras recibir la bendición del cielo; eligieron la colina para construir su hogar; desde una amplia ventana llegó ver al hombre que levantaba a sus dos niños sobre sus hombros, hasta que se le acercó con una amplia sonrisa.
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