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jueves, 14 de marzo de 2013
Simpáticas guerreras
Salían
de detrás de los árboles. Eran tres ardillas juguetonas. Pasaban el día en el
parque haciendo piruetas y esperando que los transeúntes les tiraran alguna
comida.
Aparecieron en la plaza un día de verano, su espíritu travieso,
les hizo ganarse la simpatía de la gente. Aquellos que frecuentaban esa
plazoleta se habían acostumbrado a estos simpáticos petigrises, ellos trepaban
los árboles y bajaban unas tras otra vez, haciendo ruidosos silbidos,
arrancando contagiosas sonrisas a los caminantes. Estos, en retribución, les
llevaban alimentos que dejaban en el asiento más próximo.
Las pequeñas pronto aprendieron a diferenciar entre la bolsa de
papel vacío de otro con comida. Algunas familias del vecindario llevaban a sus
niños para que disfrutaran de las piruetas. Muchos deseaban atraparlas, pero la
astucia de los animalitos era mayor, se escabullían como un rayo trepando el
árbol más próximo.
Otros llevaban sus mascotas para que corrieran tras las
vivarachas. Una tarde, luego de un chaparrón veraniego, apareció un individuo
con un perro labrador, el hombre se había propuesto atrapar uno como botín de
caza. El perro era un animal criado en departamento, pero el instinto de
cazador pareció aflorar cuando vio a las ardillas.
El
dueño del animal había apostado con un vecino que esa tarde solitaria cazaría a
uno de esos bribones. Tenía toda su confianza en el labrador. Quitó la cuerda
del collar del perro y lo dejó correr tras las
pequeñas, que, adivinando la intención del animal, tomaron diferentes
direcciones, se apresuraron a trepar el árbol más cercano; desde una
rama, con los ojos saltones, observaban al can, entre silbidos bajaban de sus
refugios, provocando feroces ataques que, con mucha destreza, esquivaban, el
animal daba aparatosos choques contra los arbustos.
La
tarde de cacería se había convertido en un divertido entretenimiento para las
pícaras, que no paraban de acelerar su juego. El labrador fue provocado hasta
quedar lleno de rasguños; patinó tantas vez en el suelo húmedo que su pelaje
quedó lleno de barro por los traspiés y golpes que se había propinado.
Como
el can no se daba por vencido, una de las ardillas le hacía desistir de sus
intentos, dejó que lo corriera por toda la plaza, luego lo llevó justo donde
los arbustos tenía un cerco de metal, la ardilla se precipitó en un claro de
las ramas, del impacto se oyó un fuerte golpe, el labrador soltó un quejido de
dolor. Con la nariz cortada por el golpe contra la baranda, salió todo
magullado, la cabeza gacha y una pata coja, el retriever
blanco se retiró con el rabo entre las piernas.
Fue la última vez que lo vieron.
sábado, 29 de septiembre de 2012
Simpáticas guerreras
12:12
animalitos, árboles, ardillas, argentina, blanco, cazador, cuentos, labrador, petigrises, plaza, relatos, retriever, silbido, simpáticas guerreras
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Salían de detrás de los árboles. Eran tres ardillas juguetonas. Pasaban el día en el parque haciendo piruetas y esperando que los transeúntes les tiraran alguna comida.
Aparecieron en la plaza un día de verano, su espíritu travieso, les hizo ganarse la simpatía de la gente. Aquellos que frecuentaban esa plazoleta se habían acostumbrado a estos simpáticos petigrises, ellos trepaban los árboles y bajaban unas tras otra vez, haciendo ruidosos silbidos, arrancando contagiosas sonrisas a los caminantes. Estos, en retribución, les llevaban alimentos que dejaban en el asiento más próximo.
Las pequeñas pronto aprendieron a diferenciar entre la bolsa de papel vacío de otro con comida. Algunas familias del vecindario llevaban a sus niños para que disfrutaran de las piruetas. Muchos deseaban atraparlas, pero la astucia de los animalitos era mayor, se escabullían como un rayo trepando el árbol más próximo.
Otros llevaban sus mascotas para que corrieran tras las vivarachas. Una tarde, luego de un chaparrón veraniego, apareció un individuo con un perro labrador, el hombre se había propuesto atrapar uno como botín de caza. El perro era un animal criado en departamento, pero el instinto de cazador pareció aflorar cuando vio a las ardillas.
El dueño del animal había apostado con un vecino que esa tarde solitaria cazaría a uno de esos bribones. Tenía toda su confianza en el labrador. Quitó la cuerda del collar del perro y lo dejó correr tras las pequeñas, que, adivinando la intención del animal, tomaron diferentes direcciones, se apresuraron a trepar el árbol más cercano; desde una rama, con los ojos saltones, observaban al can, entre silbidos bajaban de sus refugios, provocando feroces ataques que, con mucha destreza, esquivaban, el animal daba aparatosos choques contra los arbustos.
La tarde de cacería se había convertido en un divertido entretenimiento para las pícaras, que no paraban de acelerar su juego. El labrador fue provocado hasta quedar lleno de rasguños; patinó tantas vez en el suelo húmedo que su pelaje quedó lleno de barro por los traspiés y golpes que se había propinado.
Como el can no se daba por vencido, una de las ardillas le hacía desistir de sus intentos, dejó que lo corriera por toda la plaza, luego lo llevó justo donde los arbustos tenía un cerco de metal, la ardilla se precipitó en un claro de las ramas, del impacto se oyó un fuerte golpe, el labrador soltó un quejido de dolor. Con la nariz cortada por el golpe contra la baranda, salió todo magullado, la cabeza gacha y una pata coja, el retriever blanco se retiró con el rabo entre las piernas.
Fue la última vez que lo vieron.
lunes, 13 de agosto de 2012
La carta anónima
19:56
amenaza, amigos, broma pesada, carta anónima, colegio, espiar, intimidación, plaza, sorpresa
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Diecisiete horas; Alejandro llega muy apresurado de su
rutina de la plaza, que se encuentra enfrente de su departamento, desde la que
disfruta una vista panorámica. Con la intención de salir luego de tomar una
ducha, la adrenalina se hace sentir mientras
muy apresurado se dirige a su monoambiente. Esa noche se encontrara con los
viejos amigos del colegio, debe ser diez años que no los ve, deseaba saber qué
era de la vida de todos sus compinches.
Al abrir la puerta un ligero ruido le llamó la atención e
hizo que se fijara en la hendija, entre la puerta y el piso, era un sobre, se
agachó para levantarlo y, sin darle mucha importancia, lo puso en la mesa.
Continuó con el plan que tenía en mente, el encuentro con los amigos.
Apresurado, se
dispuso a tomar la ducha. Mientras dejaba que corriera el agua tibia en el
pecho, pensó en el sobre, no era la correspondencia habitual que recibía, no
era de las facturas comunes para cancelar, ya había pagado todas las cuentas
del mes «¿Qué será eso?», pensó; esto llenó de curiosidad la cabeza de
Alejandro, que, ni bien terminó de bañarse, fue a buscar el sobre y a ver que
contenía, lo abrió y su mirada cambió, frunció la frente, la letra no era fácil
de leer, parecía como si un soplido la hubiera inclinado para el lado izquierdo
de la misiva, deletreó «conozco todo lo que haces, sé a qué te dedicas, te
puedo ver junto a la mesa». En su mente un torbellino de ideas y sentimientos
de toda naturaleza, que pasaban desde la ira a la perplejidad, lo inundó. Miró
hacia la ventana y vio decenas de personas caminando, otras con sus mascotas corren
y algunas madres con sus niños que juegan.
Sin pensarlo, reaccionaba con un dejo de furia, se
dispuso a cerrar las persianas que hacía mucho que no bajaba, tenían los
seguros rotos, las tenía apuntaladas con un palo de escoba. Volvía a la mesa y,
con las manos hinchadas por la ráfaga sanguíneo, se dispuso a terminar el
descifrado, «tengo una colección de videos de todo lo que haces». Era todo el
contenido de la nota, su mente quedó bloqueada, sencillamente, se desplomó en
el sofá, no salía de la perplejidad en la que lo había dejado esa nota.
Pasó un largo rato sentado sin saber qué pensar, de
repente, sonó el teléfono y, con un sobresalto, despertó a la realidad, tomó el
teléfono y escuchó: «Ale, te estamos esperando hace dos horas, que haces
todavía allí», entonces tomó conciencia del tiempo que había transcurrido y,
con la voz apagada, respondió:
—Tengo problemas.
—¿Qué te anda pasando?
—Recibí una carta con una amenaza, no sé de qué se trata, pero tengo miedo.
—Mira, no te quedes allí, ven para mi casa, te envío un taxi, no te quedes
solo. No traigas nada para no llamar la atención.
—Bueno, me cambiaré y estaré atento.
No había terminado de cambiarse cuando sonó el portero,
al descolgar oyó: «taxi», tomó la llave y se fue tan rápido como si un fantasma
lo hubiera espantado.
Cuando llegó a la casa de su amigo, este lo recibió con
un cálido abrazo: «No te preocupes, todo pasará y estará bien», mientras lo
conducía hacia el patio. «Siéntate, te traeré algo, no te muevas». Sentado en
el patio oscuro, se sentó con una grata sensación de paz, las manos aún le
traspiraban. De pronto, un ruido le sobresaltó: «¡Sorpresa!». Sobrecogido, no
se animó a pararse, al instante se iluminó todo a su alrededor y pudo ver salir
a una multitud sin identificar a nadie en particular, no salía del asombro, uno
se le acercó y lo dio un fuerte abrazo: «soy Lucas, ¡feliz cumple!». Aún
asombrado, atinó a balbucear: «pues con esa barba, seguro que ni tu madre te
reconoce»; y uno tras otro se iban presentando, hasta que al final, alguien proyectó
un video en una pantalla gigante con imágenes de épocas estudiantiles, por último
el recorrido que había hecho en la plaza enfrente de su departamento, y hasta se
veía cómo tironeaba del palo en la ventana mientras bajaba la persiana. Esta
era la explicación a sus momentos de ira y angustia de la tarde.
Su malestar se convirtió en alegría, no solo por
encontrar una conclusión, a lo que hasta hace pocos minutos lo tenía turbado,
todo terminaba en una broma de mal gusto, pero también de alegría, por
reencontrase con todos aquellos amigos que todavía no habían dejado de hacer
aquellas payasadas pesadas a las que él había olvidado.
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