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miércoles, 19 de diciembre de 2012
Tormenta en la montaña
12:56
aventura, cuentos, laguna diamante, pueblo fantasma, relámpagos, Tormenta en la montaña, tren, trueno
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Habían entrenado durante seis
meses para una vacación de turismo aventura. Ambos habían preparado todo para
el viaje; para reducir costos, sacaron boletos de tren con varios meses de
anticipación e hicieron compras de víveres para dos semanas. Las mochilas
estaban a su límite de carga.
El viaje en tren ya fue una aventura, las demoras en la salida, el
hacinamiento de los pasillos; eso sí, fue un buena ocasión para hacer amigos y
recabar más información del lugar de su destino, laguna Diamante. El camino era
de ripio, en un tiempo en esa zona trabajó una empresa canadiense, extraían
minerales valiosos como el tungsteno, el cambio monetario hizo que la empresa
se retirara hace quince años. El campamento minero quedó como un pueblo
fantasma. En sus mejores tiempos estaba habitado por casi tres centenas de
familias, las que contaban con todas las comodidades de una pequeña ciudad:
hospital, una proveeduría amplia, un cine, canchas deportivas, iglesia, y hasta
un puesto policial.
Cuando los jóvenes aventureros
llegaron al pueblo, apenas encontraron a dos decenas de personas, quienes aún
se dedicaban a la minería, aunque en condiciones muy precarias, no contaban con
energía eléctrica, el agua la tenían que buscar en un arroyo que fluía
hacia la laguna. La vista de la laguna desde el campamento era maravillosa,
girando la mirada para la izquierda estaba la razón por la que habían hecho el
viaje, una piramidal montaña con un pico que era una corona de un volcán
extinto.
Levantaron sus carpas en lo que había sido una
cancha de básquet, estaba en un lugar protegido de los fuertes vientos que
soplaban. Luego de merendar, se dispusieron a explorar un poco el
lugar. Recorrieron todo el pueblo, todas las casas estaban abandonadas, las
mejores eran los que estaban ocupadas por los mineros, que, por el tipo de
construcción, tal vez habían pertenecido a los propietarios de la mina,
parecían fortalezas, muy diferentes a las casas de los obreros que
eran muy modestas y estaban dispuestas de a cinco, una al lado
de otra, en columnas de diez hileras, de las que había como seis
filas. Descendieron hasta la laguna, el agua era muy fría, pero cristalina, no
parecía haber vida en el lago, aunque los pobladores les habían dicho que en
épocas de pesca llegaban a sacar peces.
Caminaron casi hasta el otro
extremo del lago, curioseando, tomando fotos, sencillamente, disfrutaban
del lugar, las nubes parecían que estaban a su alcance, una tras otra
pasaban impulsadas por el viento. Sin darse cuenta de la hora, la noche
los sorprendió en un santiamén. El retorno al campamento se hizo muy largo,
debido a la oscuridad de la noche, densas nubes cubrieron el cielo, la ansiedad
por llegar a sus carpas era notoria en su respiración agitada: Pequeñas
gotas de agua comenzaron a caer, sus pisadas cada vez eran más rápidas; de
repente, un fuerte trueno dejó caer un rayo que iluminó la
montaña, ambos cayeron al piso por el estruendo, el eco resonó entre las
montañas, corrieron hasta la primera casa que estaba a la vista, la lluvia se
hizo más copiosa, para cuando llegaron a la casa, estaban completamente
empapados.
Con el corazón en el cuello,
llegaron a cobijarse de la lluvia en una precaria casa, ahora al menos tenían
un techo que los cubría. No terminaron de sentarse en el piso cuando cayó otro
rayo que iluminó la habitación, el estruendo fue tal que, con las
manos en la cabeza, la enterraron entre sus piernas, el pánico se apoderó de
ellos; la ropa mojada y el frío ya no eran un tema del cual ocuparse, los
truenos retumbaban en el oscuro cielo. Todas las horas de entrenamiento que
habían hecho no los habían preparado para una situación como esta, no
había una palabra de aliento en ninguno de ellos. Sus pensamientos era
volver lo más pronto posible a sus casas. Qué los había
llevado a esos parajes tan lejanos, todos sus planes en cuanto a la
ascensión a la montaña los estaban replanteando, qué sería de ellos en una
noche como esta, en medio de la montaña, sencillamente, era inimaginable una
escena así. En silencio, acurrucados en una esquina de la casa, pasaron la
noche. No tomaron en cuenta en qué momento cesó la lluvia, agotados por la
tortura nocturna, quedaron profundamente dormidos.
Cálidos rayos de sol iluminaron muy temprano la habitación, el
canto de un pájaro posado en la venta los despertó, entumecidos por el piso de
piedra, se pusieron de pie para estirar las extremidades, sus miradas estaban
llenas de perplejidad.
Nunca antes habían estado en una situación como esa.
jueves, 25 de octubre de 2012
Rituales sangrientos
12:55
aventura, bisontes, cuentos, estampida, lobos, parapente, rituales sangrientos, ruído, videocámara
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El
aire tenía un sabroso perfume veraniego. La brisa era agradable en el
acantilado; el horizonte lucía de rojo intenso, en cuestión de minutos la
oscuridad cubrió la pradera. Salton y Roger, amigos de aventuras, habían hecho
un viaje de cientos de kilómetros para observar un espectáculo que solo se
repetía una vez al año.
Habían planificado el acecho desde dos puntos: un montículo de
rocas en la planicie, y el otro tendría una visión desde la altura.
Dos semanas de espera estaban agotando las provisiones, tenían
un campamento instalado donde pasaban los días. Dos carpas hacían de
dormitorio, donde guardaban aislantes, bolsas de dormir, ropa extra y de abrigo
para las noches frías; cada uno ocupaba su tienda; para los alimentos tenían
otra con utensilios, un quemador, cacerola, alimentos no perecederos y frutos
secos.
El montículo de piedras estaba a ochocientos metros de las
tiendas, tenía una forma circular, parecía un lugar que alguna vez tuvo uso,
estaba en medio de la pradera, todas las rocas debieron ser traídas de la
montaña que estaba a dos kilómetros, tenían casi setenta centímetros de alto
por un metro de largo, el lugar estaba abandonado habían piedras caídas del
muro y la trinchera estaba llena de tierra; se podían ver rastros de carbón.
Un día, mientras almorzaban, un temblor de la cacerola los
sobresaltó. Salieron del comedor, a la distancia una nube de polvo en la
pradera hizo que se iluminaran sus rostros, tiraron sus platos y se dispusieron
a trabajar, el momento había llegado, extendieron el parapente, ajustaron los
seguros, encendieron el motor y uno de ellos se dejó impulsar por las hélices.
En solo unos minutos había tomado altura, el rostro de Roger estaba extasiado por
el panorama de la manada que corría por la planicie.
Salton corrió y se
instaló en el montículo, tenía una videocámara lista para capturar el paso de
los animales. Cuanto más se aproximaban, más intensa sentía la vibración del
suelo, el galope sincronizado de miles de pezuñas era estremecedor, el ruido se
hacía más potente. Instalado sobre una roca, armado de su cámara, esperaba,
listo para el paso de la manada.
Roger
hizo un giro sobre el campamento y se dirigió a enfrentar la manada, la
extensión de la nube cubría cuatrocientos metros de longitud. El polvo
alcanzaba la altura del piloto. Venían del otro lado de la montaña, acorralados
por el acantilado del río y las paredes de la montaña, seguían el único camino
posible. Atrás de la manada había una jauría de lobos que corrían, desde la
altura se podía ver que la persecución estaba acompasada, una hilera de lobos
estaba controlando la estampida.
La
manada estaba dirigiéndose hacia el montículo de piedras. Salton en cuestión de
segundos, se vio frente a frente de penetrantes miradas y hocicos con furiosos
resoplidos, todos estaban siendo conducidos hacia él, antes de que pudiera huir
se tiró al pozo, levantó la mirada y observó pezuñas y panzas peludas volar
sobre su cabeza, se cubrió su rostro con las manos y lo escondió entre las
piernas. Estaba estremecido y aterrado.
En la
altura, el pavor hizo que el corazón de Roger palpitara hasta la agitación, el
montículo literalmente había desaparecido en el mar de lomos peludos. Con todas
la fuerza que el motor podía generar, sobrevoló una y otra vez hasta que
desapareció la manada, cuando aterrizó, encontró entre las rocas dos terneros
de bisonte aplastados por el tumulto, Salton salió de su escondite, con las
piernas aún temblorosas. Se disponían a observar a las víctimas cuando
sintieron que un círculo de miradas giraba a su alrededor.
El instinto de
supervivencia los hizo remontar el parapente para salir de la pradera hasta el
otro lado del acantilado, desde ese lugar, sobrecogidos, vieron como los lobos
desgarraban a los terneros. Antes de que el sol se pusiera en el horizonte, no
había quedado nada de las victimas.
La
estampida de los bisontes resultó en un ritual sangriento, era una cacería.
domingo, 22 de abril de 2012
Vuelo con globos
Consistía en transportar a un individuo con globos de cumpleaños. Había llegado a la cuenta de que para levantar un kilo de peso, requería de ciento sesenta globos.
Todos los ahorros en su chanchito no llegaban a cubrir una décima parte de los costos que tendría que afrontar.
Carlitos habló con sus padres, durante la cena, por un posible anticipo de la mensualidad que recibía. La discusión se hizo tan larga debido a lo absurdo que les pareció semejante aventura de Carlitos. Todos tenían una opinión contraria acerca de ese proyecto. Para el niño, a sus catorce años, ese era el motivo de desvelo.
La madre, simplemente, dijo que era peligroso y descabellado; su hermano, dos años mayor, con tono de sarcasmo, hizo su aporte: «¿Y por qué no buscas un empleo?». Desilusionado, esa noche pasó largas horas recostado sin poder conciliar el sueño, hasta que un pequeño destello brilló en su cabeza: «¡Sí, eso es lo que haré!»
A la mañana siguiente, se levantó muy temprano y fue al comedor, mientras su padre se preparaba para ir a su trabajo, desayunaron juntos, y le comentó que iría a buscar un empleo:
—¿Adónde planeas ir? —indagó el padres.
—La semana pasada fui al taller de Jorge, el mecánico, él me dijo que necesitaba un aprendiz.
—Ah, y te gusta eso.
—Me parece divertido aprender cómo funcionan los autos —respondió el niño.
—¿Quieres que te acerque al lugar? —Se mostró muy amistoso su padre.
—Sí, claro. —Sonrió, contento de tener la aprobación de su padre.
La madre del jovencito no pudo evitar escuchar la conversación. Ella preparó un taper con algunas empanadas que habían quedado de la cena, y se lo alcanzó mientras lo despedía con un beso.
Cuando llegó al taller, preguntó por Jorge a los operarios, ellos le dijeron que seguramente estaría por llegar.
El jovencito se sentó en un banco de madera que estaba en la vereda tiraba unas piedras a un árbol de la vereda del frente.
Quince minutos después vio que llegaba una camioneta verde menta, con ruedas anchas y el capó redondeado; era un modelo 59 restaurado. Carlitos fijó su mirada en el vehículo, cuanto más se acercaba, más se le caía la mandíbula al muchacho.
—Hola, Carlitos, ¿qué te trae por aquí? —Saludó desde la ventana de la camioneta, Jorge.
—¿Cómo está, señor?, eh,…estuve pensando en lo que me había comentado en la última ocasión en la que lo visité.
—¿Te refieres a lo del aprendiz?
—Bien, entonces comencemos, hoy tenemos mucho que hacer.
El día pasó tan pronto que no se dio cuenta de que era hora de volver a su casa, el dueño lo felicitó porque había hecho un buen trabajo esa jornada, “la paga acá es semanal”.
Por el monto que le dijo que recibiría, sacó la cuenta de que le tomaría siete semanas ahorrar para realizar su sueño.
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