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lunes, 13 de agosto de 2012
La carta anónima
19:56
amenaza, amigos, broma pesada, carta anónima, colegio, espiar, intimidación, plaza, sorpresa
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Diecisiete horas; Alejandro llega muy apresurado de su
rutina de la plaza, que se encuentra enfrente de su departamento, desde la que
disfruta una vista panorámica. Con la intención de salir luego de tomar una
ducha, la adrenalina se hace sentir mientras
muy apresurado se dirige a su monoambiente. Esa noche se encontrara con los
viejos amigos del colegio, debe ser diez años que no los ve, deseaba saber qué
era de la vida de todos sus compinches.
Al abrir la puerta un ligero ruido le llamó la atención e
hizo que se fijara en la hendija, entre la puerta y el piso, era un sobre, se
agachó para levantarlo y, sin darle mucha importancia, lo puso en la mesa.
Continuó con el plan que tenía en mente, el encuentro con los amigos.
Apresurado, se
dispuso a tomar la ducha. Mientras dejaba que corriera el agua tibia en el
pecho, pensó en el sobre, no era la correspondencia habitual que recibía, no
era de las facturas comunes para cancelar, ya había pagado todas las cuentas
del mes «¿Qué será eso?», pensó; esto llenó de curiosidad la cabeza de
Alejandro, que, ni bien terminó de bañarse, fue a buscar el sobre y a ver que
contenía, lo abrió y su mirada cambió, frunció la frente, la letra no era fácil
de leer, parecía como si un soplido la hubiera inclinado para el lado izquierdo
de la misiva, deletreó «conozco todo lo que haces, sé a qué te dedicas, te
puedo ver junto a la mesa». En su mente un torbellino de ideas y sentimientos
de toda naturaleza, que pasaban desde la ira a la perplejidad, lo inundó. Miró
hacia la ventana y vio decenas de personas caminando, otras con sus mascotas corren
y algunas madres con sus niños que juegan.
Sin pensarlo, reaccionaba con un dejo de furia, se
dispuso a cerrar las persianas que hacía mucho que no bajaba, tenían los
seguros rotos, las tenía apuntaladas con un palo de escoba. Volvía a la mesa y,
con las manos hinchadas por la ráfaga sanguíneo, se dispuso a terminar el
descifrado, «tengo una colección de videos de todo lo que haces». Era todo el
contenido de la nota, su mente quedó bloqueada, sencillamente, se desplomó en
el sofá, no salía de la perplejidad en la que lo había dejado esa nota.
Pasó un largo rato sentado sin saber qué pensar, de
repente, sonó el teléfono y, con un sobresalto, despertó a la realidad, tomó el
teléfono y escuchó: «Ale, te estamos esperando hace dos horas, que haces
todavía allí», entonces tomó conciencia del tiempo que había transcurrido y,
con la voz apagada, respondió:
—Tengo problemas.
—¿Qué te anda pasando?
—Recibí una carta con una amenaza, no sé de qué se trata, pero tengo miedo.
—Mira, no te quedes allí, ven para mi casa, te envío un taxi, no te quedes
solo. No traigas nada para no llamar la atención.
—Bueno, me cambiaré y estaré atento.
No había terminado de cambiarse cuando sonó el portero,
al descolgar oyó: «taxi», tomó la llave y se fue tan rápido como si un fantasma
lo hubiera espantado.
Cuando llegó a la casa de su amigo, este lo recibió con
un cálido abrazo: «No te preocupes, todo pasará y estará bien», mientras lo
conducía hacia el patio. «Siéntate, te traeré algo, no te muevas». Sentado en
el patio oscuro, se sentó con una grata sensación de paz, las manos aún le
traspiraban. De pronto, un ruido le sobresaltó: «¡Sorpresa!». Sobrecogido, no
se animó a pararse, al instante se iluminó todo a su alrededor y pudo ver salir
a una multitud sin identificar a nadie en particular, no salía del asombro, uno
se le acercó y lo dio un fuerte abrazo: «soy Lucas, ¡feliz cumple!». Aún
asombrado, atinó a balbucear: «pues con esa barba, seguro que ni tu madre te
reconoce»; y uno tras otro se iban presentando, hasta que al final, alguien proyectó
un video en una pantalla gigante con imágenes de épocas estudiantiles, por último
el recorrido que había hecho en la plaza enfrente de su departamento, y hasta se
veía cómo tironeaba del palo en la ventana mientras bajaba la persiana. Esta
era la explicación a sus momentos de ira y angustia de la tarde.
Su malestar se convirtió en alegría, no solo por
encontrar una conclusión, a lo que hasta hace pocos minutos lo tenía turbado,
todo terminaba en una broma de mal gusto, pero también de alegría, por
reencontrase con todos aquellos amigos que todavía no habían dejado de hacer
aquellas payasadas pesadas a las que él había olvidado.
lunes, 14 de mayo de 2012
Caminata en el bosque
14:17
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Salen del bosque justo en el momento en que
el sol se esconde entre las ramas más altas.
Uno de ellos tiene la remera
traspirada, a pesar de que el atardecer trae consigo ráfagas de
vientos fríos. Buscan un lugar llano lejos de los gigantes árboles de la lluvia
dosel, un claro en un recodo del río se ve ideal para armar el
campamento.
Con malestar, Sergio se sienta en la
orilla del río, toma un trago de agua y ventea su remera intentando secarla.
Su rostro tiene una mirada de perplejidad, ansiedad y hasta de temor.
Carlos, sin percatarse del estado de su
compañero, despreocupado, arma la carpa. Ewal busca piedras para proteger el
quemador del viento, para preparar la cena; animado, refriega sus manos en la
comida que está preparando.
—¡Chicos, esta lista la carpa! —Carlos, sonriente, busca su
mochila, saca un plato y los cubiertos —. ¡Que hambre tengo! —Estira la espalda
y pregunta por la comida.
—Ya, ya, un minuto más y está lista la cena. ¿Por qué no llamas a
Sergio?
—¡Hey, Sergio, dale, a comer! —Levanta las manos y las agita.
—¿Qué te pasa que te quedaste en el río? —pregunta Ewal.
—Solo trato de secar la remera.
—Es mejor si te pones una seca —comenta Carlos—. Busca un plato
que comemos ya.
—Sí, vuelvo en un momento. —Vacía la mochila hasta encontrar los
utensilios.
Carlos y Ewal
notan el estado de agitación de su compañero.
—¿Qué te ocurre? Tienes el rostro traspirado —indaga Ewal.
—No creí que fuera tan oscura la noche en el bosque.
—El bosque está a trescientos metros, estamos en la orilla del
río. ¿Te sientes bien?
Cuando iniciaron
la expedición, Sergio no tuvo presente la oscuridad de la noche. En su casa nunca
apagaba las luces de su habitación durante la noche; esto se debía a un incidente
durante un cumpleaños de su hermano, los amigos de él quisieron darle una
sorpresa.
Habían preparado
una torta y una pequeña caja con un gecko hoja-cola como regalo, fue tal el
alboroto que hizo cuando abrió el regalo, que tiró la caja perdiendo al pequeño
reptil, por mucho que buscaron no pudieron encontrar el gecko.
Esa noche, como
cualquier otra, Sergio se fue a dormir a su habitación; a media noche pasó la
pesadilla de su vida, sintió que su rostro era absorbido, agitado, jadeaba
intentando despertarse del mal sueño, pero algo le impedía ver en la oscuridad,
sentía algo frío y rugoso entre los ojos y pequeños puntos que parecía sorber
su rostro. La ansiedad lo ahogaba, le hizo dar un sobresalto en la cama, los
alaridos que pegó despertaron a sus padres, quienes acudieron en su auxilio. Al
prender la luz, vieron al gecko en su rostro, y a Sergio, que gritaba descontrolado.
El reptil terminó en un zoológico, pero él nunca pudo superar la oscuridad.
Durante la
caminata en el bosque, vieron infinidad de animales: insectos, aves y hasta un
ciervo. Todo en el recorrido contribuía al pánico que sentía por los animales;
pero, las enormes copas de los árboles eran más intimidantes, su angustia no
terminó cuando salieron del bosque, sintió en la espalda todos los fantasmas de
la oscuridad en la montaña y del bosque.
Solo él sabía del miedo a las dríadas.
lunes, 8 de agosto de 2011
Pesca en alta mar
12:56
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Dos muchachos planearon salir de pesca. Era un fin de semana largo ideal para una aventura.
Francisco era un experimentado pescador. Desde niño había acompañado a su padre, quien sostenía a su familia con el trabajo de pescador. Era el capitán de su propio barco, y sus jornadas laborales podían durar hasta treinta horas.
Lucas había crecido en el campo. Su máxima experiencia como pescador era ir a las orillas de un río, que se convertía en un arroyo tan pequeño que apenas llegaba al tobillo, de donde podía sacar bagres. La fantasía de pesca en el mar le había producido una explosión de euforia. Nunca había estado en el océano. Esa madrugada el cielo estaba oscuro, los muchachos con los ojos aún cargados de sueño, se dispusieron a cargar los equipos en una lancha que usaban para pesca deportiva en el mar.
El padre de Francisco estaba esperando que se iniciara la temporada, mientras tanto, dos o tres veces a la semana salía con los amigos de pesca al mar. Esa mañana saldría con el hijo y su compañero del colegio. Cuando zarparon el día parecía prometedor, el mar estaba tranquilo, apenas soplaba una cálida brisa. Una hora navegando en el bote los había llevado varios kilómetros mar adentro. Lucas, tenía el estómago en la garganta; el balanceo de la embarcación le producía una sensación de mareo, sentía que andaba sobre un piso enjabonado. Pero no quiso alertar al padre se su amigo.
Lanzaron varias veces la carnada, pero con poco éxito, solo picaban peces pequeños. Tras largos intentos de todos, el padre consiguió una presa grande, esta luchaba con mucha fuerza y no se daba por vencida. El hombre le pidió a su hijo que lo sostuviera por el cinto, hacía cuarenta y cinco minutos que intentaba dominar a su captura y no lo conseguía; debido a la oscuridad, no alcanzaba a ver qué tenía en el anzuelo.
La ilusión por un marlín grande los distrajo del temporal que se aproximaba. Una fuerte ráfaga de viento y lluvia comenzó a empaparlos.
La ambición de un trofeo hizo menospreciar al temporal que cada vez era más intenso. Los picos de las olas comenzaron a entrar en el bote, como viejo lobo de mar, no quiso largar su presa.
La euforia había hecho presa de los pescadores, la adrenalina del principiante lo tenía desbordado de agitación, se movía en el bote en círculos dando gritos y escupiendo el agua que tragaba por la lluvia.
Para sorpresa del capitán, el motor no arrancaba. Bajó a revisarlo. Cuando abrió la puerta, el entrecejo se le frunció, con mirada de incredulidad, expresó: «¿Qué pasó aquí?». La sala de máquinas se había inundado y se había mojado el sistema eléctrico.
Un torbellino de furia se desató en el capitán, encolerizado golpeó la puerta de acceso de la sala y dejó escapar un quejido de impotencia. Subió a la cabina y prendió el sistema de SOS.
Los pescadores estaban a merced del inclemente temporal.
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