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martes, 21 de mayo de 2013
Cuentos de pueblo
Cuando Jorge y Claudio llegaron a ese lejano pueblo, buscaron refugio en un bar. El viento soplaba furiosamente. El polvo levantado de las calles de tierra era arrojado en el rostro de quien se atreviera caminar por la aldea.
Era mitad de semana. El lugar parecía un pueblo fantasma. Los fuertes silbidos del viento los llenó de una especie de opresión. Claudio pidió un vaso de licor, Jorge se conformó con una gaseosa. Claudio se quitó el pesado abrigo de cuero y, con el sombrero que traía puesto, desempolvó su ropa. Jorge solo se quitó el rompeviento; ambos colgaron en un perchero sus prendas.
Jorge había llegado a esos parajes atraído por aventuras que había oído, traía la ilusión de ver todo cuanto había escuchado. Provenía de una populosa ciudad.
Claudio era viajante, recorría esa zona una o dos veces por mes, según fueran las demandas de sus clientes.
Comenzó contando de las épocas en que el pueblo era mucho más próspero:
—En esos tiempos sí que se ganaba bien.
—¿Hace cuánto que trabaja por estos lados? —preguntó Jorge.
—Y… como treinta años, era muy joven cuando llegué a estos parajes.
Empezó a relatar una anécdota de varios años atrás cuando el colectivo aún no llegaba al pueblo, y él y otros tres hombres habían iniciado el recorrido en mula desde el río hasta la mitad de la montaña, donde estaba el pueblo. Tenían cinco o seis mulas cada uno, con sus respectivas cargas. Era un día ventoso, como esa tarde; el viento había cubierto el cielo de polvo; la arena pegaba en el rostro como pinchazos de alfileres.
Había oscurecido temprano. Entonces decidieron cobijarse en una especie de corral con muros de casi un metro de altura. Como no encontraron la entrada, resolvieron aliviar a las mulas de sus pesadas cargas fuera del corral, les dieron de comer y se aprestaron a cenar la comida seca que habían llevado. Habían prendido un pequeño fogón, para calentar un poco de agua para tomar café caliente. Debido a la densa oscuridad, se habían dispuesto a dormir temprano, con la ilusión de tener un despejado amanecer y salir temprano rumbo a su destino. El viento no había dejado de soplar en toda la noche. El frío les había calado hasta la médula. Uno de ellos no había parado de quejarse en toda la noche, pegaba gritos que despertaban a los otros; como todos estaban cansados y paralizados por el frío, no se habían levantado a ver qué sucedía con su compañero de viaje.
A medianoche el cielo había cambiado de oscuro y cubierto de polvo a cubierto de pesadas nubes. Los gritos del desventurado, por momentos, se habían convertido en alaridos, como si se tratara de aullidos de algún lobo en busca de su manada.
Cuando los primeros rayos de luz se hicieron notar, las nubes habían comenzado a descargar sus pesadas bóvedas, el inclemente temporal no dejó de atormentar a los maltrechos viajantes, mezcla de lluvia y viento, y los sacó de su improvisado refugio. Al notar que uno de ellos no se había levantado, fueron a ver qué ocurría: el desventurado aún temblaba, acurrucado en posición fetal, parecía estar en trance, no respondía a los zamarreos que le propinaban sus compañeros.
Con un poco de agua arrojada sobre el rostro, lo habían despertado. Estaba muy asustado, escapó del refugio con un salto y observaba a su alrededor con mirada penetrante, intentando encontrar algo. Había trepado el muro y se había quedado paralizado. Un nuevo salto lo llevó al refugio y comenzó a alistar sus pertenencias mientras repetía:
—Me voy, me voy, me voy…
—¿Qué ocurre? La lluvia no va parar por un largo rato.
—Acá no me quedo un minuto más.
—El camino esta resbaloso, es peligroso andar por los senderos.
—¡Peligroso es permanecer en este lugar!… Me voy.
—¿Por qué te vas? ¿A dónde irás?
—Vuelvo a la ciudad y no pienso regresar nunca más.
—¿Qué harás con los pedidos? Tus clientes te estarán esperando.
—Que le pidan a otro, no pienso continuar con el viaje.
—Pero habíamos quedado en que al regreso iríamos de vacaciones a la playa.
—Tendrán que ir solos, me voy para mi casa.
—Pero ¿por qué tu cambio tan repentino? Hasta ayer todos los planes estaban bien.
—¡No ves lo que hay del otro lado…! —Tirando de la rienda de las mulas, había gritado.
Con paso apresurado, había desaparecido en los sinuosos senderos, que para esa hora se habían convertido en serpenteantes arroyos.
Nunca más se supo algo de él. En el pueblo de la rivera, quienes lo habían visto dijeron que tenía el rostro más pálido que alguna vez alguien había presenciado.
Un extraño escalofrío recorrió la espalda de Jorge.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Tormenta en la montaña
12:56
aventura, cuentos, laguna diamante, pueblo fantasma, relámpagos, Tormenta en la montaña, tren, trueno
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Habían entrenado durante seis
meses para una vacación de turismo aventura. Ambos habían preparado todo para
el viaje; para reducir costos, sacaron boletos de tren con varios meses de
anticipación e hicieron compras de víveres para dos semanas. Las mochilas
estaban a su límite de carga.
El viaje en tren ya fue una aventura, las demoras en la salida, el
hacinamiento de los pasillos; eso sí, fue un buena ocasión para hacer amigos y
recabar más información del lugar de su destino, laguna Diamante. El camino era
de ripio, en un tiempo en esa zona trabajó una empresa canadiense, extraían
minerales valiosos como el tungsteno, el cambio monetario hizo que la empresa
se retirara hace quince años. El campamento minero quedó como un pueblo
fantasma. En sus mejores tiempos estaba habitado por casi tres centenas de
familias, las que contaban con todas las comodidades de una pequeña ciudad:
hospital, una proveeduría amplia, un cine, canchas deportivas, iglesia, y hasta
un puesto policial.
Cuando los jóvenes aventureros
llegaron al pueblo, apenas encontraron a dos decenas de personas, quienes aún
se dedicaban a la minería, aunque en condiciones muy precarias, no contaban con
energía eléctrica, el agua la tenían que buscar en un arroyo que fluía
hacia la laguna. La vista de la laguna desde el campamento era maravillosa,
girando la mirada para la izquierda estaba la razón por la que habían hecho el
viaje, una piramidal montaña con un pico que era una corona de un volcán
extinto.
Levantaron sus carpas en lo que había sido una
cancha de básquet, estaba en un lugar protegido de los fuertes vientos que
soplaban. Luego de merendar, se dispusieron a explorar un poco el
lugar. Recorrieron todo el pueblo, todas las casas estaban abandonadas, las
mejores eran los que estaban ocupadas por los mineros, que, por el tipo de
construcción, tal vez habían pertenecido a los propietarios de la mina,
parecían fortalezas, muy diferentes a las casas de los obreros que
eran muy modestas y estaban dispuestas de a cinco, una al lado
de otra, en columnas de diez hileras, de las que había como seis
filas. Descendieron hasta la laguna, el agua era muy fría, pero cristalina, no
parecía haber vida en el lago, aunque los pobladores les habían dicho que en
épocas de pesca llegaban a sacar peces.
Caminaron casi hasta el otro
extremo del lago, curioseando, tomando fotos, sencillamente, disfrutaban
del lugar, las nubes parecían que estaban a su alcance, una tras otra
pasaban impulsadas por el viento. Sin darse cuenta de la hora, la noche
los sorprendió en un santiamén. El retorno al campamento se hizo muy largo,
debido a la oscuridad de la noche, densas nubes cubrieron el cielo, la ansiedad
por llegar a sus carpas era notoria en su respiración agitada: Pequeñas
gotas de agua comenzaron a caer, sus pisadas cada vez eran más rápidas; de
repente, un fuerte trueno dejó caer un rayo que iluminó la
montaña, ambos cayeron al piso por el estruendo, el eco resonó entre las
montañas, corrieron hasta la primera casa que estaba a la vista, la lluvia se
hizo más copiosa, para cuando llegaron a la casa, estaban completamente
empapados.
Con el corazón en el cuello,
llegaron a cobijarse de la lluvia en una precaria casa, ahora al menos tenían
un techo que los cubría. No terminaron de sentarse en el piso cuando cayó otro
rayo que iluminó la habitación, el estruendo fue tal que, con las
manos en la cabeza, la enterraron entre sus piernas, el pánico se apoderó de
ellos; la ropa mojada y el frío ya no eran un tema del cual ocuparse, los
truenos retumbaban en el oscuro cielo. Todas las horas de entrenamiento que
habían hecho no los habían preparado para una situación como esta, no
había una palabra de aliento en ninguno de ellos. Sus pensamientos era
volver lo más pronto posible a sus casas. Qué los había
llevado a esos parajes tan lejanos, todos sus planes en cuanto a la
ascensión a la montaña los estaban replanteando, qué sería de ellos en una
noche como esta, en medio de la montaña, sencillamente, era inimaginable una
escena así. En silencio, acurrucados en una esquina de la casa, pasaron la
noche. No tomaron en cuenta en qué momento cesó la lluvia, agotados por la
tortura nocturna, quedaron profundamente dormidos.
Cálidos rayos de sol iluminaron muy temprano la habitación, el
canto de un pájaro posado en la venta los despertó, entumecidos por el piso de
piedra, se pusieron de pie para estirar las extremidades, sus miradas estaban
llenas de perplejidad.
Nunca antes habían estado en una situación como esa.
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