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viernes, 15 de junio de 2012
Aventuras en la ciudad
17:52
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La ciudad de veinte mil habitantes, era
descrita como una gran familia, porque a la gran mayoría un grado de parentesco
los vinculaba.
En un encuentro de amigos del secundario,
el Pelado, contó su intención de probar suerte en Buenos Aires: «¡Todo cuanto
puedas soñar, está allí!», cierra la mano y empuña llevando hasta la altura del mentón.
«Están
quienes buscan la oportunidad de su vida, en una ocasión, salí con rumbo
desconocido, me encontré con enormes edificios que si miras hacia arriba desde
la vereda, dan vértigo; ¡los ómnibuses son tan largos, que a la mitad tienen una
especie de acordeón!», relata otro con emoción.
Pedro, que fue para hacer una carrera,
quedó tan perplejo por la magnitud de los edificios y de la cantidad de
estudiantes en su facultad, que afirma:
—¡Es como si todo el pueblo
estuviera estudiando en la facultad!
—Conocí tanta gente de
países distantes que no lo podía creer, ¡tenía compañeros que eran de
Finlandia, Mozambique y otro de Rusia! —Agrega Juancito.
—Anda —dice uno —, ¡ruso es
éste!
—No, no, ese vive en un
hotel que es como el polideportivo de acá pero con veinticinco pisos mas para
arriba —responde Juancito.
—Sabían que estudiaba por
las noches en la Biblioteca del Congreso, esta abierto toda la noche, ¡no
cierra!, permanece así las veinticuatro horas y a la madrugada hasta te sirven
un café caliente, ¡saben qué bueno!
A quien llaman el ruso, contó que
cierta ocasión, cuando fue a visitar unos parientes lejanos en Capital Federal,
tuvo una aventura que le resultó aleccionador, aunque poco grata. Le habían
dicho que cuando llegara, tomara el colectivo 39 en constitución.
«Salí de la estación arrastrado por una
ola de gente, que sin detenerse a mirar la altísima bóveda de la estación, no
alcanzaban a disfrutar ese centenario edificio, sentí que había sido
transportado a la época de mis abuelos en aquel edificio, este observaba a un
millón de pasajeros cada día. Lo primero que vi en la calle fue la larga hilera
de colectivos que paraban y salían llenos de gente, uno tras otro, alcance a
ver que uno de esos era el 39; me apresuré hasta donde salía, me puse tras un
cola como de media cuadra; cuando subí al ómnibus, la máquina que expende los boletos,
me devolvía una moneda y luego de varios intentos fallidos, alguien sugirió que
probara con otra moneda y, al fin pude sacar el boleto, cuando otros pasaban la
billetera por otro pequeño aparato amarillo y listo. ¡Pero, esto era apenas el
comienzo!», afirma.
«El colectivo me llevó hacia la calle
de una cuadra, a Caminito en la Boca, mi destino no era ese, había tomado el
colectivo para otro lado; ¡me quería morir!, por qué me sentía como una hormiga
en la ciudad, caminé y caminé, y al final llegué a disfrutar un poco del
colorido de ese barrio, amarillo intenso, azul marino, fucsia, verdes claros,
fachada rosa, saben que por un momento pensé que: ahí debió vivir la Pantera
Rosa. Que risa me dio ver eso; muchos extranjeros que tomaban fotos, ponían sus
objetivos hasta en los pájaros. Como no me animaba a preguntar como llegar a mi
destino, que era Chacarita, deambulé hasta quedar agotado, entonces me armé de
coraje y me arrimé a un puesto de diario, haciendo que miraba el periódico, con
un poco de timidez le pregunté al diariero:».
—Disculpe. ¿Qué colectivo
tomo para Chacarita? —Con cara de pueblerino extraviado.
—¡Ah, no te preocupes
querido! —Me dijo— Anda por esta calle dos cuadras y doblas a la derecha, a
media cuadra tienes la parada del 39 que va para Chacarita.
«Efectivamente estaba allí la parada,
subí al colectivo y como los otros pasajeros, también, quise pasar la
billetera, así que con mano firme apoyé sobre el aparato amarillo»
—A Chacarita —dije al chofer
que me preguntaba.
—¿A donde viaja? —Pero no
pasaba nada con la billetera, el chofer me preguntó.
—¿Tiene crédito? —Pero para
no decirle cuánto dinero traía, le dije:
—Tengo sesenta pesos.
—Tal vez este fallando su
tarjeta —dijo muy amable el chofer.
—Puede sacar con monedas —busqué
en el bolsillo las monedas y pagué.
«Mientras buscaba un asiento, me
preguntaba de que tarjeta me hablaba el chofer».
Todos nos reímos un rato largo y nos
despedimos con la promesa de continuar otro día.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Estrellas navideñas
El trajín de la mañana lo había dejado tan agotado que, cuando subió al ómnibus, se dejó caer en el asiento para dormir.
El viaje hasta su destino le tomaría treinta horas. Cuando había llegado a la terminal, estaba tan llena de gente que tuvo que abrirse paso hasta llegar a la plataforma 55 de donde saldría el autobús. Atento a los anuncios de los parlantes, esperaba que su colectivo llegara.
Habían pasado 13 minutos del horario fijado en el boleto y la ansiedad se le notaba, miraba una y otra vez el boleto, el reloj del pasillo y el anuncio que esperaba por los parlantes no llegaba. Entonces apareció un hombre con una planilla en la mano, e ingresó el colectivo a la plataforma, que un minuto antes se había desocupado.
Le tomó diez minutos llenar el vehículo, el chofer apresurado cerró la puerta, mientras otro hacía el recuento de los pasajeros. No había transcurrido una hora de viaje cuando se quedó profundamente dormido, al despertar, el sol emitía sus últimos rayos. Sobre las rodillas encontró una bandeja de merienda, inapetente, la guardó en el bolsillo de asiento. Eran pocos los que permanecían despiertos, en la pantalla pasaban una película, sin saber de qué se trataba, dejó escapar un bostezo y se acomodó en el asiento para ver el vídeo.
Según la noche avanzaba, en el firmamento se podían ver las estrellas que parpadeaban, se preguntaba, cómo hacían para que en ese lugar brillaran con tanta intensidad. En el horizonte nocturno, cuatro explosiones de fuegos artificiales se sucedieron uno tras otro, en ese instante miró la hora y vio que eran las 23:59. ¡Era Nochebuena! Mientras viajaba en la ruta, tal vez algún niño tiraba cohetes en celebración de la Navidad.
Sus pensamientos surcaban huellas de su infancia que había olvidado. En su casa, junto a su hermana, cinco años mayor que él, salía a la calle a tirar cohetes y petardos, pasaban momentos agradables. Esa noche estaba rodeado de gente que nunca antes había visto, y todos estaban dormidos.
El día anterior había rendido una materia que le permitió terminar el secundario, sus padres habían partido hacía una semana para los preparativos de la boda de su hermana, en Rancho Queimado, una pequeña ciudad a 53 km de Florianópolis.
La boda sería en tres días. Durante la noche permaneció despierto, sumido en su asiento, en su cabeza surcaban los recuerdos de las Navidades pasadas, el año anterior había sido la primera vez que habían invitado a Darlan, el novio de su hermana, a pasar la Nochebuena en la casa. Él cursaba quinto año de Medicina, ambos estudiaban en la misma facultad, hacía mucho tiempo que salían como amigos, y como ese año sería el último que cursarían juntos, hizo que definieran sus sentimiento, fue entonces cuando decidieron casarse.
Para ellos fue un año intenso, no solo tenían que cumplir con sus estudios, sino también hacer los preparativos para la boda y, además, habían conseguido empleo de medio tiempo; se vieron abrumados por la infinidad de detalles que atender. A mitad del año, la madre de Darlan los había visitado, al verlos tan agobiados quiso ayudarlos; les propuso hacerse cargo de todos los preparativos de la boda, el lugar, los invitados, los souvenirs, y cuanto era preciso para la boda. La única condición que ponía era que se realizara en la ciudad natal de ella.
La joven pareja se miró un largo rato sin proferir palabras, al ver la perplejidad en sus rostros, ella los tomó de la mano y les dijo: «Piénsenlo, no tienen que responder hoy, si les parece, vendré mañana», y se retiró a su hotel. Sintieron que una enorme carga se les había quitado. No tuvieron que discutir mucho el tema, solo tenían que aceptar la generosa oferta, y liberarse del inmenso peso que los estaba desgastando.
Fue esa la causa por la que se encontraba viajando solitario en un día festivo. El colectivo llegó según lo planeado, y tuvo que trasbordar a otro vehículo para llegar a la casa de la familia del novio de su hermana. Cuando llegó a la pequeña ciudad, el ambiente era de celebración, esos días recorrió lugares pintorescos que disfrutó. El día de la boda fue sencillamente mágico, los arreglos en la catedral, el salón de fiesta, cientos de invitados y una orquesta que tocaba cuanto tema se lee solicitaba. Fue un día inolvidable.
La noche navideña, rodeado por desconocidos, valió la pena.
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