El niño del barrio

Los chicos jugaban a la pelota todas las tardes en la plaza del barrio. Muchos de ellos eran compañeros de escuela, algunos intercambiaban los trabajos escolares; pero lo que más disfrutaban era estar en grupo. De vez en cuando aparecía un niño para el juego; no lo conocían de la escuela, tampoco sabían dónde vivía y menos quiénes eran sus padres; ...

El sueño consumido

Cuatro semanas que no aparecía su padre por la casa. Por lo general, siempre estaba los fines de semana; para los niños era motivo de celebración la llegada del padre, que venía cargado de bolsos con alimentos y, lo que esperaban los niños, las tradicionales tiras de asado.

La sombra II

Había sido abandonado en un sótano bajo el efecto de un somnífero, lo habían dejan en compañía de una camada de seis gatitos y la madre. Los ruidos y los saltos en su espalda lo habían despertado después de dos días; la tenue luz que ingresaba por una escalinata le permitía observar los juegos de las entrometidas compañías. ...

Vidas transformadas

Nadie iba a creerle. Había defraudado tantas veces a sus amigos, que en su interior solo había dolor.

Reencuentro

Una suave brisa helada sopla figuras fantasmales de niebla. En una gota de lágrima se ve el dolor que oprime su corazón.

Vuelo con globos

Una suave brisa helada sopla figuras fantasmales de niebla. En una gota de lágrima se ve el dolor que oprime su corazón.

Historias recurrentes

Comenzó abruptamente. Habíamos planeado una salida igual a tantas otras, pero sin anticiparme lo que me contaría, comenzó diciendo: —Me voy a Brasil por trabajo. —¡Qué! Es una broma. Hacía dos meses que había comenzado en ese empleo...

Respuesta a un pedido desesperado (carta)

Apreciada señora: Luego de leer con atención su enfático pedido y lo crucial que esta situación es para su matrimonio, quiero recordarle que su requerimiento fue atendido con presteza, a pesar de los años que han transcurrido del envío de su carta. Nuestra oficina conserva todas las cartas que no se han llegado a ubicar al destinatario ni contienen un remitente al dorso....

Invasores alados

El día había sido sombrío y peligroso. El terror había reinado en las calles de la ciudad. Muchos de los habitantes habían alcanzado a huir a las montañas, con la esperanza de no ser atrapados por los invasores que habían irrumpido de forma repentina, una nube había oscurecido el cielo, parecía una plaga de langostas. ...

Noche en el museo

Esa mañana Pedro tenía el rostro perplejo. No había pasado un cuarto de hora cuando tenía la cabeza recostada sobre su cuaderno. Cuando terminó la clase, le dieron un empujón para que despertara, con la cara somnolienta, recogió sus pertenencias y se fue para el baño; cuando lo vieron de regreso, lo comenzaron a...

La sombra

Una figura va escondiéndose detrás de los troncos, los viejos árboles de la cuadra hacían de cómplices prestando sus sombras. Solo se alcanzan a distinguir sus ojos afiebrados y brillantes...

Inquieta peluche gris

Antes que el primer rayo del día se hicieran presente salió al monte, su rutina era buscar una presa y, si la fortuna se mostraba benigna le ofrecía un panal y su cristalino manjar...

martes, 12 de noviembre de 2013

Viaje en el vagón del tren I

Un hombre, como de treinta años, subió al vagón cargado de chucherías en la mano; buscó un espacio libre en una esquina del tren y se sentó en el piso.
Tenía un gorro de visera, oscuro de mugre acumulado de varios meses; pelo largo hasta los hombros, estaba apelmazado por la grasitud del cuerpo; su rostro estaba marcado de largas arrugas, curtidas por el sol y el frío, su abrigo y pantalón raído, las mangas le colgaban de los hombros y el bota pié tenía las costuras rotas, le flameaban con el viento del tren.
Sentado, tomó una lata de cerveza vacía, con destreza le hizo una pequeña abertura, a dos dedos de la parte inferior del envase, con la yema del dedo medio hizo un pequeño cuenco en el corte.
Prendió un cigarrillo y lo sostuvo en los labios mientras se quitó una de las viejas y roñosas zapatillas; de un pequeño orificio de la tela interior extrajo un pequeño envoltorio, lo manipuló entre los dedos, hasta que consiguió desatar el nudo, sacó un billete seminuevo; con movimientos torpes tomó un pedazo del terrón blanco ocre, con las yemas de pulgar y el índice, los refregó hasta que quedó desmenuzado, quedaron del tamaño de los granos de azúcar, y los esparció en el billete; ató el manojo y volvió a guardarlo en el lateral de la zapatilla, tomó el billete y lo envolvió en media docena de dobleces.
De entre las chucherías sacó un sorbete, buscó en los bolsillos y extrajo un encendedor, dobló el sorbete en un extremo a tres dedos de una punta, cortó con el fuego al mismo tiempo lo selló, aplastándolo con los dedos el extremo pequeño que había cortado, mientras aun estaba caliente el plástico; volvió a extraer el billete y lo desdobló, en el pequeño tubo de sorbete cargó su dosis dentro del mismo.
Sobre la abertura de la lata puso toda la ceniza de su cigarrillo, hasta pidió a otros que fumaban en el vagón que le convidaran la ceniza, avivando con pequeños soplidos, volcó sobre las cenizas la mitad del contenido del pequeño tubo; llevó la lata hacia su boca, desde el orificio para beber el joven aspiró con fuertes bocanadas el humo y los vapores de los cristales; hizo esto hasta que se consumió todas las cenizas; insatisfecho, volvió a volcar ceniza desde el cigarrillo y cristales desde el tubo de sorbete agotando su contenido; varias aspiradas terminaron con la segunda carga; quedó con la mirada lejana sentado por unos minutos, mientras enciende otro cigarrillo y vuelve a repetir todo otra vez.
Sus días transcurrieron afanados por obtener esos minutos de placer efímero, sin tomar en cuenta que su vida se agotaba como un cigarrillo que se consume ante el incandescente fuego.

martes, 9 de julio de 2013

¿Cómo eliminar el texto del footer en Joomla 2.5?

Abrir el archivo que está en la carpeta templates: www/joomla25/templates/beez_20/index.php para las instalaciones por defecto de esta versión, de usar otro templates busca en está carpeta del templetes que estés usando
En la línea 16 de index.php se determina la variable de los módulos que deseamos eliminar o cambiar.
$showbottom= ($this->countModules('position-9') or $this->countModules('position-10') or $this->countModules('position-11'));
Donde las posiciones: ‘position-9’, ‘position-10’ y ‘position11’ son los que se muestran en los "box box1", "box box2", "box box3",  de las líneas 222, 223 y 224.
<?php if ($showbottom) : ?>
                        <div id="footer-inner">
                                <div id="bottom">
                                        <div class="box box1"> <jdoc:include type="modules" name="position-9" style="beezDivision" headerlevel="3" /></div>
                                        <div class="box box2"> <jdoc:include type="modules" name="position-10" style="beezDivision" headerlevel="3" /></div>
                                        <div class="box box3"> <jdoc:include type="modules" name="position-11" style="beezDivision" headerlevel="3" /></div>
                                </div>
                        </div>
                                <?php endif ; ?>
‘position-9’, position-10’, position-11’; son tomados de la base de datos de Joomla que están en la tabla: `####7_modules` 
Para eliminar el cartel de: ‘Joomla! en tu idioma’, ‘Cursos Online’ y ‘Diseño y Hosting Joomla!’; la mejor opción es eliminar el texto desde la tabla en ‘####7_modules’;  en la columna: ‘position’ buscamos las ‘position-9’, position-10’, position-11’; editamos una por una en la columna: ‘params’ que tiene en el campo: {"target":"1","count":"1","cid":"1","catid":["15"],"tag_search":"0","ordering":"0","header_text":"","footer_text":"Joomla! en tu idioma","layout":"_:default","moduleclass_sfx":"","cache":"1","cache_time":"900"}
Eliminamos el texto que está en, "footer_text":"Joomla! en tu idioma", Joomla! en tu idioma, o si te parece bien, sustituir por algo que te gustaría anunciar en ese campo. Repetimos el proceso con: position-10 y position-11
Una opción sencilla sería cambiar el comando:
$showbottom                                      = ($this->countModules('position-9') or $this->countModules('position-10') or $this->countModules('position-11'));
Alterando el valor de la 'position-9'  por 'position-19' la 'position-10' por  'position-110'  y 'position-111' por  'position-111'
Con esto el anuncio desaparece inmediatamente, no siendo el caso de editar la base de datos que requería de reiniciar el servidor para que los cambios se produzcan, o esperar 15 minutos para que refresque el cache, determinado por el  "cache_time":"900"
 El mismo también se puede eliminar como administrador de Joomla en Extensiones – Gestor de Módulos. Desde el combo de –Seleccionar Posición- buscamos los: position-9, position-10 y position-11; editamos una por una, en el campo de ‘Texto de Pie’ si lo que deseamos es borrar el anuncio, dejamos el campo en blanco.


martes, 21 de mayo de 2013

Cuentos de pueblo

Cuando Jorge y Claudio llegaron a ese lejano pueblo, buscaron refugio en un bar. El viento soplaba furiosamente. El polvo levantado de las calles de tierra era arrojado en el rostro de quien se atreviera caminar por la aldea.
Era mitad de semana. El lugar  parecía un pueblo fantasma. Los fuertes silbidos del viento los llenó de una especie de opresión. Claudio pidió un vaso de licor, Jorge se conformó con una gaseosa. Claudio se quitó el pesado abrigo de cuero y, con el sombrero que traía puesto, desempolvó su ropa. Jorge solo se quitó el rompeviento; ambos colgaron en un perchero sus prendas.
Jorge había llegado a esos parajes atraído por aventuras que había oído, traía la ilusión de ver todo cuanto había escuchado. Provenía de una populosa ciudad.
Claudio era viajante, recorría esa zona una o dos veces por mes, según fueran las demandas de sus clientes.
Comenzó contando de las épocas en que el pueblo era mucho más próspero:
—En esos tiempos sí que se ganaba bien.
—¿Hace cuánto que trabaja por estos lados? —preguntó Jorge.
—Y… como treinta años, era muy joven cuando llegué a estos parajes.
Empezó a relatar una anécdota de varios años atrás cuando el colectivo aún no llegaba al pueblo, y él y otros tres hombres habían iniciado el recorrido en mula desde el río hasta la mitad de la montaña, donde estaba el pueblo. Tenían cinco o seis mulas cada uno, con sus respectivas cargas. Era un día ventoso, como esa tarde; el viento había cubierto el cielo de polvo; la arena pegaba en el rostro como pinchazos de alfileres.
Había oscurecido temprano. Entonces decidieron cobijarse en una especie de corral con muros de casi un metro de altura. Como no encontraron la entrada, resolvieron aliviar a las mulas de sus pesadas cargas fuera del corral, les dieron de comer y se aprestaron a cenar la comida seca que habían llevado. Habían prendido un pequeño fogón, para calentar un poco de agua para tomar café caliente. Debido a la densa oscuridad, se habían dispuesto a dormir temprano, con la ilusión de tener un despejado amanecer y salir temprano rumbo a su destino. El viento no había dejado de soplar en toda la noche. El frío les había calado hasta la médula. Uno de ellos no había parado de quejarse en toda la noche, pegaba gritos que despertaban a los otros; como todos estaban cansados y paralizados por el frío, no se habían levantado a ver qué sucedía con su compañero de viaje.
A medianoche el cielo había cambiado de oscuro y cubierto de polvo a cubierto de pesadas nubes. Los gritos del desventurado, por momentos, se habían convertido en alaridos, como si se tratara de aullidos de algún lobo en busca de su manada.
Cuando los primeros rayos de luz se hicieron notar, las nubes habían comenzado a descargar sus pesadas bóvedas, el inclemente temporal no dejó de atormentar a los maltrechos viajantes, mezcla de lluvia y viento, y los sacó de su improvisado refugio. Al notar que uno de ellos no se había levantado, fueron a ver qué ocurría: el desventurado aún temblaba, acurrucado en posición fetal, parecía estar en trance, no respondía a los zamarreos que le propinaban sus compañeros.
Con un poco de agua arrojada sobre el rostro, lo habían despertado. Estaba muy asustado, escapó del refugio con un salto y observaba  a su alrededor con mirada penetrante, intentando encontrar algo. Había trepado el muro y se había quedado paralizado. Un nuevo salto lo llevó al refugio y comenzó a alistar sus pertenencias mientras repetía:
—Me voy, me voy, me voy…
—¿Qué ocurre? La lluvia no va parar por un largo rato.
—Acá no me quedo un minuto más.
—El camino esta resbaloso, es peligroso andar por los senderos.
—¡Peligroso es permanecer en este lugar!… Me voy.
—¿Por qué te vas? ¿A dónde irás?
—Vuelvo a la ciudad y no pienso regresar nunca más.
—¿Qué harás con los pedidos? Tus clientes te estarán esperando.
—Que le pidan a otro, no pienso continuar con el viaje.
—Pero habíamos quedado en que al regreso iríamos de vacaciones a la playa.
—Tendrán que ir solos, me voy para mi casa.
—Pero ¿por qué tu cambio tan repentino? Hasta ayer todos los planes estaban bien.
—¡No ves lo que hay del otro lado…! —Tirando de la rienda de las mulas, había gritado.
Con paso apresurado, había desaparecido en los sinuosos senderos, que para esa hora se habían convertido en serpenteantes arroyos.
Nunca más se supo algo de él. En el pueblo de la rivera, quienes lo habían visto dijeron que tenía el rostro más pálido que alguna vez alguien había presenciado.
Un extraño escalofrío recorrió la espalda de Jorge.

miércoles, 10 de abril de 2013

Sueños rotos



Cuando un sueño se desvanece, parece el mundo llega a su fin.
Luciana, desde niña había soñado que sería bailarina.
Había comenzado a estudiar en la academia de danza a los diez años y llegó a ser una estudiante brillante. Muy jovencita, había empezado a trabajar en una compañía de ballet con la que hacía giras por todo el mundo, Sídney, París, Nueva York, y muchas otras capitales importantes.
Cada temporada significaba viajar de acá para allá, terminaban una presentación en un teatro y tenían que preparar la siguiente obra. Esta fue su rutina por dos lustros.
Su círculo de amistades se limitó a los compañeros de la compañía, tuvo pocas oportunidades para hacer amigos durante el secundario; mientras sus compañeros iban al viaje de egresados, ella estaba en Tokio. Era la envidia de sus compañeros porque el propietario de la compañía era un famoso bailarín, embajador cultural de su patria.
En una de esas giras, pasó lo inesperado: en un ensayo, mientras realizaba un salto, cayó al piso; se oyó un fuerte ruido, de inmediato la llevaron a emergencias médicas, pero la situación no podía ser más desalentadora.
Con veinticinco años, Luciana había quedado impedida para continuar con el sueño de su vida. El informe médico decía: «fractura de cadera», su recuperación sería prolongada, y dependería de un andador para movilizarse; todos sus ahorros de las giras los percibía en la moneda local de su país, aunque las presentaciones las realizaban en Europa.
Las cirugías, la costosa prótesis y el largo periodo de recuperación acabaron con sus ahorros.
Su escasa formación en otras áreas la relegó a un puesto de vendedora en un quiosco en su ciudad.

jueves, 14 de marzo de 2013

Simpáticas guerreras

Salían de detrás de los árboles. Eran tres ardillas juguetonas. Pasaban el día en el parque haciendo piruetas y esperando que los transeúntes les tiraran alguna comida.
Aparecieron en la plaza un día de verano, su espíritu travieso, les hizo ganarse la simpatía de la gente. Aquellos que frecuentaban esa plazoleta se habían acostumbrado a estos simpáticos petigrises, ellos trepaban los árboles y bajaban unas tras otra vez, haciendo ruidosos silbidos, arrancando contagiosas sonrisas a los caminantes. Estos, en retribución, les llevaban alimentos que dejaban en el asiento más próximo.
Las pequeñas pronto aprendieron a diferenciar entre la bolsa de papel vacío de otro con comida. Algunas familias del vecindario llevaban a sus niños para que disfrutaran de las piruetas. Muchos deseaban atraparlas, pero la astucia de los animalitos era mayor, se escabullían como un rayo trepando el árbol más próximo.
Otros llevaban sus mascotas para que corrieran tras las vivarachas. Una tarde, luego de un chaparrón veraniego, apareció un individuo con un perro labrador, el hombre se había propuesto atrapar uno como botín de caza. El perro era un animal criado en departamento, pero el instinto de cazador pareció aflorar cuando vio a las ardillas.
El dueño del animal había apostado con un vecino que esa tarde solitaria cazaría a uno de esos bribones. Tenía toda su confianza en el labrador. Quitó la cuerda del collar del perro y lo dejó correr tras las pequeñas, que, adivinando la intención del animal, tomaron diferentes direcciones, se apresuraron a trepar el árbol más cercano;  desde una rama, con los ojos saltones, observaban al can, entre silbidos bajaban de sus refugios, provocando feroces ataques que, con mucha destreza, esquivaban, el animal daba aparatosos choques contra los arbustos.
La tarde de cacería se había convertido en un divertido entretenimiento para las pícaras, que no paraban de acelerar su juego. El labrador fue provocado hasta quedar lleno de rasguños; patinó tantas vez en el suelo húmedo que su pelaje quedó lleno de barro por los traspiés y golpes que se había propinado.
Como el can no se daba por vencido, una de las ardillas le hacía desistir de sus intentos, dejó que lo corriera por toda la plaza, luego lo llevó justo donde los arbustos tenía un cerco de metal, la ardilla se precipitó en un claro de las ramas, del impacto se oyó un fuerte golpe, el labrador soltó un quejido de dolor. Con la nariz cortada por el golpe contra la baranda, salió todo magullado, la cabeza gacha y una pata coja, el retriever blanco se retiró con el rabo entre las piernas.
        Fue la última vez que lo vieron.

lunes, 11 de marzo de 2013

Secretos de familia


Era un día caluroso, la ruta estaba colapsada. Hacía casi veinte años que no hacia este recorrido, pero no recordaba esta ruta tan llena de vehículos.
Celeste vivía hace dieciséis años en la ciudad. Al partir de su pueblo, cuando apenas tenía dieciocho años, les había dicho a sus amigos del colegio: «Me voy a estudiar, seré médico». Fue su despedida. Desde entonces no había vuelto a la casa de su infancia.
El pueblo era pequeño, todos conocían la vida de los demás, la mitad de la gente vivía en el campo. El abuelo era jubilado ferroviario, había sido jefe de estación por muchos años, la abuela era una mujer dulce y hermosa. Tuvieron solo un hijo, que prestó el servicio militar en épocas de guerra y fue uno de los cientos que dieron su vida en el conflicto. Los abuelos nunca hallaron consuelo para esta pérdida. La madre y el padre habían sido compañeros de secundario. La madre, no bien había nacido, decidió dejarla con sus abuelos, quienes la criaron como a una hija; para ella eran sus padres.
Cuando tuvo edad suficiente, el abuelo una noche le contó la historia de sus padres, no quiso aceptar que ella era huérfana antes de haber nacido y que su madre la había rechazado, y creció con la idea de que sus padres eran ellos.
Terminó el secundario y decidió irse de casa. Desde niña había abrigado un sueño, ser médico. Durante diez años trabajó hasta quedar agotada, no tenía tiempo para diversiones ni vacaciones, solo largas noches de llanto. Fueron años difíciles que sobrellevó.
La abuela nunca dejó de llamarla, juntaba cuanto podía de su escasa jubilación para enviarle algún dinero. Era una mujer dulce, delgada, de ojos claros y alta; Celeste tenía mucho parecido con la abuela, juntas nadie podía dudar de su parentesco: sonrisa amplia, mirada franca, eran iguales.
Hacía seis años había fallecido el abuelo, aun se sentía herida, el abuelo había expresado con aspereza la situación de ella. De niña era juguetona, tenía muchas amiguitas en la escuela y en el vecindario, el secundario fue complicado porque sentía que era rechazada por sus compañeros, nunca supo a qué se debía.
En la ciudad el tiempo pasó muy rápido, hizo todo tipo de trabajos, necesitaba recursos para vivir en la metrópoli. Estudió por las noches toda la carrera, cada éxito que alcanzaba era la mejor palmada de aliento que recibía. Pasó diez años hasta ver hechos realidad sus sueños. Todo fue más llevadero desde entonces, empezó con guardias por muchos lugares, cubriendo suplencias, esto le trajo un mejor nivel de vida, abandonó la residencia universitaria y alquiló un departamento, fue todo un acontecimiento, desde entonces comenzó con sus primeras vacaciones, sencillamente era fabuloso.
Hacía tres meses había recibido una carta de su pueblo, era de un escribano, la tuvo arriba de su escritorio todo este tiempo sin abrirla, solo el ver el lugar del remitente, le producía malestar en el vientre. Hacía mucho tiempo que no tenía noticias de la abuela, fue la curiosidad que hizo que abriera el sobre, un sentimiento de angustia se apoderó mientras leía la carta. La abuela había fallecido, era una notificación legal que la declaraba única heredera, tenía que firmar unos documentos y tomar posesión. Pequeños hilos de lágrimas le corrieron por la mejilla. Decidir el viaje al pueblo fue difícil, cientos de imágenes venían a la mente, unas muy gratas y otras que creyó había olvidado.
Llevó el vehículo al mecánico para que lo pusiera en condiciones para el viaje. Hacía cuatro meses que había adquirido de un compañero del hospital, un coche. Solicitó una semana libre en el trabajo, hizo algunas compras para llevar en el viaje. Un domingo de verano partió rumbo a su pueblo, pensó que en cinco horas llegaría al pueblo, pero ese día no podía ser el menos indicado para el viaje, miles de veraneantes salían de la ciudad con rumbo a las playas. Los primeros cien kilómetros le tomaron medio día, terminar los cuatrocientos treinta kilómetros, ocho horas; llegó a la casa de los abuelos al anochecer. Agotada por el viaje, buscó un hotel donde pasar la noche.
Esa semana fue muy agitada con trámites burocráticos. Solicitó ayuda al escribano para que le recomiende un par de personas, para realizar la limpieza de la casa; el abandono era notable: pisos cubiertos de polvo, vidrios opacos, cortinas grises, maleza en el patio y placares llenos de ropa.
Tres días de intenso trabajo hicieron cambios drásticos en la casa, los recuerdos de su infancia eran más intensos cada día, en un placar oculto encontró las muñecas y peluches de su niñez, bellos momentos surcaron su cabeza, cuánta alegría traían esos juguetes. Un día, luego de almorzar, la curiosidad la llevó a ingresar en el altillo, al que solo el abuelo había tenido acceso, el lugar había estado prohibido para ella.
El altillo era espacioso. Muebles con cajoneras y baúles cubrían el perímetro del escondite del abuelo. Un ventiluz iluminaba el lugar, todo parecía haber sido clasificado con prolijidad. Una amplia cajonera llamó su atención, allí encontró una colección de álbumes fotográficos, fotos de un niño abrazando al abuelo que se repetían, nunca las había visto, al dorso de una foto encontró: «Mamá, papá y Carlitos. 1968». Los abuelos estaban muy jóvenes, el niño no tendría diez años, gruesas gotas de lágrimas corrieron por la mejilla. En un envase metálico de cookies encontró varias cartas, la destinataria era Julieta Phell, todas eran cartas románticas, expresaban amor por ella, en un sobre encontró una foto, era la imagen de un joven bien parecido en ropa de soldado: borcegos, casco, campera camuflada, mochila y un rifle en las manos; al dorso decía «Para la más hermosa chica y su bella pancita. Carlos», el parecido con el abuelo era notable, tenía una sonrisa radiante.
En el fondo de la cajonera estaba un pequeño cofre, contenía un diario, la tapa decía: «Julieta y Carlos. Diciembre 1981», en la contratapa había pegada una foto de una pareja joven, eran Julieta y Carlos. Eran sus padres, el diario pertenecía a Julieta, todas las páginas expresaban recuerdos de momentos lindos junto a Carlos. A mitad del diario concluía con un brusco cambio, la página estaba arrugada, tenía aureolas de manchas grises: «14 de septiembre, Celeste nació, no puedo soportar la pérdida de Carlos, llevaré a la bebé con sus abuelos».
De boca de un mal vecino, alguna vez había oído que a ella alguien la había dejado en la puerta de los abuelos en un canasto con algunos objetos. El corazón se le partió, y sus ojos se llenaron de lágrimas, pasó la noche llorando. Cuando salió el sol, buscó a la pareja que había trabajado en el arreglo de la casa, les pagó, cerró la casa y regresó a la ciudad.
El abuelo tenía razón.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Aventuras de un joven marinero


Era un joven vigoroso. Había crecido aprendiendo el oficio de su padre, que era pescador  y le había contado cientos de historias acerca del protector de los mares y de quienes se aventuraban en ellos, pero para el muchacho eran solo cuentos.
Un día decidió embarcarse en una enorme nave que recorría los siete mares. Esta era su primera experiencia como marinero de verdad. Estarían todo un año viajando de puerto en puerto.
En la entrevista con el capitán, este le dijo: «Tal vez si la providencia nos es favorable, estaremos de regreso en un año».  Desde ese momento empezó a recordar las historias de su padre, quizá no fueran cuentos.
Dejó sus pensamientos en blanco y se dispuso a realizar sus faenas: como aprendiz del barco, su deber era mantener la cubierta limpia, lavar el piso varias veces al día porque al capitán no le gustaba ver los excrementos de las aves que revoloteaban el barco, se pasaba el día espantando a cuanto pájaro se posaba en la cubierta.
Los primeros meses fueron muy satisfactorios, pareció agradar con su trabajo al capitán y, en recompensa, tenía el día libre cada vez que atracaban en algún puerto. Para él, era una buena oportunidad porque le permitía conocer a la gente de esas ciudades. Aunque el lenguaje le resultaba incomprensible, con un poco de habilidad para hacer señas, conseguía comunicarse. Siempre había creído que todo el mundo hablaba el mismo idioma que él.
Después de varios meses en alta mar, el capitán reunió a toda la tripulación y dijo que la temporada de tormentas comenzaría pronto, que era necesario que cada marinero tuviera siempre una cuerda de seguridad a mano, con la que debieran atarse a la embarcación en caso de un temporal.
El joven aprendiz no tomó con seriedad las recomendaciones del capitán. Cinco días después de zarpar del puerto, se vieron cubiertos por gigantescas nubes, que parecían tragar el océano, las enormes olas producidas por los vientos, amenazaban con devorar el barco y aplastarlo como si se tratará de un cascarón de nuez. Una ola gigantesca arrasó la cubierta, y lo arrancó del mástil que abrazaba. Cuando abrió los ojos, estaba sumido en el oscuro océano. Solo un pensamiento vino a su mente: «¡Oh, Dios misericordioso, apiádate de este joven incauto!». No había terminado con su plegaria cuando sintió que algo lo succionaba y sintió un calor abrasador. Cuando despertó, estaba tirado en una playa.
Pasó mucho tiempo en la solitaria rivera, no sabía si estaba en una isla o en alguna costa despoblada. Como un experimentado pescador, se proveyó de alimento fresco cada día en la orilla: moluscos, cangrejos y cornalitos; su vida estaba embargada de idilio. Si alguna vez lo hubiera pensado, tal vez nunca habría planeado la subsistencia que llevaba: el clima era agradable, la comida abundante, el agua de la costa era cristalina.
Una madrugada cuando en el cielo aún brillaban las estrellas, un sueño muy vivido le había despertado. En el sueño vio que un barco pasaba por la costa, él agitaba las manos y gritaba cuanto podía, pero nadie lo oía. Ese día pensó que algo sucedería, sintió que debía hacer algo; subió a la colina más alta, preparó una hoguera con muchas ramas frescas para alimentarla.
Pasó el día junto al fuego, pero no hubo indicio de embarcación alguna. Por la noche, se recostó cerca de la fogata; debido ala brisa que soplaba, puso más ramas, para calentarse un poco mientras dormía. El rocío de la mañana lo despertó, del fogón solo quedaban pequeñas brasas que chispeaban, juntó yesca para avivar el fuego y, mientras soplaba las brasas, una imagen paralizó su aliento. Miró a su alrededor y, cuando volvió a mirar la costa, un barco estaba anclado.
Quedó sentado por un largo rato, hasta que vio que bajaban un bote y cuatro hombres comenzaron a remar hacia la orilla. Fue entonces cuando pensó que no era una ilusión. Presuroso, descendió hacia la playa. Para cuando llegó, los hombres bajaban del bote. Con un poco de temor, fue caminando hacia ellos, uno de los marineros dijo algo mientras agitaba las manos, como saludando, pero él no comprendía esa lengua. Cuando los tenía casi a seis pasos, uno de ellos se inclinó como haciendo una venia, el joven les dijo: «¿Quiénes son, de dónde vienen?», otro marinero, presuroso, contestó que venían de tierras muy lejanas, que, debido a una tormenta, se habían visto obligados a  tirar todas sus provisiones al mar, junto con toda la carga que llevaban. Hacía cinco días que no tenían agua.
La agitación de la tripulación era la gran preocupación del capitán del barco, que era quien había hecho el saludo inicial. Para esa noche sus hombres estaban planeando un motín. El capitán, en su desesperación, había clamado por ayuda divina, pues su vida estaba en peligro. Fue entonces cuando oyó del vigía: «¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra!».
En el horizonte de la oscuridad habían visto el brillo del fuego, se aproximaron a la costa y echaron anclas. El clima en el barco había cambiado, el ánimo de la tripulación era distinto. El joven les proveyó de agua, frutos y cocos. Pasaron tres días cargando el barco. Cuando el joven contó cómo había llegado a ese lugar, el capitán se puso erguido, conocía el barco y a su capitán, estaba al tanto de lo sucedido, solo un hombre se había perdido en esa tormenta, el muchacho agitando enérgicamente su cuerpo, les decía que era él quien había caído al mar. Los ojos le saltaban del rostro cuando lo decía.
El capitán le ofreció viajar con ellos de regresó a su casa. Ambos supieron que no había sido casual su encuentro, la providencia había estado del lado de ellos.

viernes, 11 de enero de 2013

Extraño encuentro



      Hacía mucho tiempo mi abuelo me contó algo que le había cambiado la vida fue una noche, mientras hacía un viaje de aventura en un paraje alejado entre densos bosques y montañas que parecían tocar las nubes con sus picos afilados. 
      Esa noche, como habitualmente, se dispuso a dormir en una cueva. Había caminado todo el día; agotado, preparó una comida en un fuego que improvisó con ramas que abundaban en el bosque y comió arroz con atún enlatado; para permanecer abrigado recolectó una buena cantidad de leña, que iría tirando al fuego para mantenerlo avivado durante la noche, también esto lo protegería de los animales que estuviesen merodeando por esos parajes.
Muy pasada la medianoche, un soplido de respiración profunda lo despertó, del fuego solo quedaban pequeños trozos de brasas chispeantes, la oscuridad era densa, el cielo estaba cubierto de pesadas nubes, que amenazaban descargar sus pesadas bodegas. Se levantó para avivar las brasas con ramas pequeñas hasta que las llamas iluminaron aquel lugar.
Cuando volvía para su improvisada cama, una imagen lo paralizó, parecía un robusto toro, pero no era un animal, la figura de este ser estaba marcado con gruesa musculatura. Aunque el abuelo era alto, se vio tan disminuido que apenas lo alcanzaba al pecho. Esa respiración profunda que lo había despertado tenía un origen, tan solo a unos pasos los separaba, nunca antes había sentido tan fuerte el crepitar del fuego. Tras un largo rato de observarse mutuamente, simplemente, este individuo se dio vuelta y desapareció en la oscuridad del bosque.
Al siguiente día cuando amaneció, pudo ver las enormes huellas que había dejado, sacó un molde de esas huellas, cuando volvió para su casa, lo guardó en un altillo.
En una de mis tantas travesuras y juegos a las escondidas, encontré ese molde, medía como tres palmas mías. Ese día después de la cena, le pregunté al abuelo de quién era esa huella, entonces me llevó a la estufa de leña, avivó el fuego y me contó la aventura de ese viaje y ese extraño encuentro.