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martes, 13 de enero de 2015
¿Paró de llover?
Desde ese lejano paraje solo salía un colectivo a la semana, lo hacía al alba.
El pueblo era punto en una extensa planicie, el viento soplaba continuamente en todas las direcciones, el día más soleado era gris, debido al polvo en la atmósfera; había un regimiento de infantería, aglutinaba a una buena parte de la población dentro de sus muros; la población civil estaba dispersa en pequeños ranchos en la estepa.
Una licencia de los reclutas era un buen motivo para visitar sus hogares, la mayoría solo tenía que caminar hasta sus casas, pero no todos tenían su domicilio cerca. Uno de ellos hacia un largo viaje de setecientos kilómetros de caminos polvorientos, ver a su familia en cinco meses hacía especial el viaje.
Tomó el único transporte que lo llevaría a su destino, para su desfortuna, todos los asientos estaban ocupados, los pasajeros llevaban grandes bultos de equipaje, el camino era lento y agotador, en cada poblado que paraba, subían más viajeros; el calor en el vehículo era sofocante, el viento soplaba un cálido viento seco, era fatigoso.
En una de las paradas el soldado pidió subir al techo del ómnibus, el conductor se mostró generoso y accedió, esto le daba un lugar para otro pasajero en el pasillo, el viaje arriba del techo era poco más placentero, al menos el aire le daba en el rostro y llenaba los pulmones de aire fresco con libertad.
A la distancia, entre el cielo y la planicie, se dejaba ver un grueso nubarrón gris oscuro, que recorría hacia el oriente, su destino estaba al norte, dentro de si pensaba, al menos allí no tendré que tragar tierra; pasó una hora y el destartalado colectivo se arrimó al costado de la nube, en un instante la luz desapareció, gruesas gotas de agua empezaron a golpear al joven, sin titubear levantó la lona que cubría los equipajes; encontró un ataúd muy lujoso, desde un pequeño ventanal vio que estaba vacío, levantó las trabas y se acostó en el confortable terciopelo acolchado.
El golpeteo rítmico de la lluvia, era mecida por el viento sobre el colectivo, el sonido relajó al muchacho, le llevó a un sueño profundo.
La compañía de la refrescante nube terminó luego de una hora larga, pero el sueño del recluta fue hasta que llegó a destino el ómnibus.
Un par de maleteros subieron al techo para bajar los equipajes y bultos, levantaron la lona; comenzaron por los más próximos a la vereda, una tras otra fueron entregando las valijas a los viajeros, hasta que solo quedaba una mujer que vestía de luto, se la veía muy acongojada, pidió a otras dos personas que la ayudaran a recibir el cajón en la vereda, los maleteros arrastraron el féretro hasta el borde; de repente se abrió el ataúd, el soldado con el rostro soñoliento preguntó "¿Paró de llover?" dando un enorme bostezo.
Los maleteros no alcanzaron a gritar, el pánico ahogó sus voces, cuando el joven los vio como dieron el salto del techo, antes de que pudiera sentarse dentro del cajón, se levantó para ver lo que ocurría, observó que los dos maleteros hacían esfuerzo por levantarse del piso a cuatro patas casi arrastrándose por el suelo, volcaron su mirada hacia el techo y mostraron un rostro desencajado lleno de terror, en un pestañeo desaparecieron de la vista del soldado.
El joven volcó su mirada a su alrededor, observó el ataúd, se imaginó una escena en su cabeza; de repente largó una estrepitosa carcajada hasta redoblarse de la risa y tomándose con las manos el estómago.
Desde la vereda la mujer observaba perpleja, vio como huían los maleteros y las personas que se habían prestado ayudarla, levantó la mirada con indignación hacia el recluta y le gritó: «¿Qué hace en el ataúd de mi padre?»; el joven al oír la voz amenazante, se disculpó y se retiró del lugar, mientras se alejaba por las calles oscuras, no dejaba de sonreír por lo sucedido, cada dos pasos se escuchaba una risa contagiosa.
Desde entonces quedó la historia en el anecdotario de la familia del joven recluta.
domingo, 19 de agosto de 2012
Carta a un amigo (pedido)
Apreciado amigo:
Te cuento que mi estadía en tu linda ciudad fue la mejor que tuve este año, disfruté de las cascadas en el río, y el agua fresca de estas, hizo que olvidara el sofocante calor de mi ciudad. Los días de caminata en las montañas hicieron que sintiera todo mi cuerpo agotado al límite. Aun puedo salir a caminar por las plazas intentando recrear esos momentos que disfruté durante mi estadía y caminar por esos parajes, aunque con poco éxito.
Fue en una de esas caminatas cuando una tarde en que el sol daba en el horizonte, que tu sombra se magnificó y la relacioné con tu enorme espíritu, fue la tarde en la que bajamos a esa cueva, armados de linternas, cascos y cuerdas, en la que descubrí decenas de maravillas ocultas por miles de años. En un recodo de la cueva, encontré una roca colorida que llamó mi atención, tenía todo el aspecto del arco iris en miniatura; cuando te la mostré me dijiste que era algo muy raro.
Deseo hacerte un pedido: si pudieras enviarme esa roca que se me cayó del bolsillo al salir de la cueva mientras hacíamos el ascenso y nos apresurábamos debido a la lluvia que nos sorprendió.
Tu amigo.
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