martes, 12 de noviembre de 2013

Viaje en el vagón del tren I

Un hombre, como de treinta años, subió al vagón cargado de chucherías en la mano; buscó un espacio libre en una esquina del tren y se sentó en el piso.
Tenía un gorro de visera, oscuro de mugre acumulado de varios meses; pelo largo hasta los hombros, estaba apelmazado por la grasitud del cuerpo; su rostro estaba marcado de largas arrugas, curtidas por el sol y el frío, su abrigo y pantalón raído, las mangas le colgaban de los hombros y el bota pié tenía las costuras rotas, le flameaban con el viento del tren.
Sentado, tomó una lata de cerveza vacía, con destreza le hizo una pequeña abertura, a dos dedos de la parte inferior del envase, con la yema del dedo medio hizo un pequeño cuenco en el corte.
Prendió un cigarrillo y lo sostuvo en los labios mientras se quitó una de las viejas y roñosas zapatillas; de un pequeño orificio de la tela interior extrajo un pequeño envoltorio, lo manipuló entre los dedos, hasta que consiguió desatar el nudo, sacó un billete seminuevo; con movimientos torpes tomó un pedazo del terrón blanco ocre, con las yemas de pulgar y el índice, los refregó hasta que quedó desmenuzado, quedaron del tamaño de los granos de azúcar, y los esparció en el billete; ató el manojo y volvió a guardarlo en el lateral de la zapatilla, tomó el billete y lo envolvió en media docena de dobleces.
De entre las chucherías sacó un sorbete, buscó en los bolsillos y extrajo un encendedor, dobló el sorbete en un extremo a tres dedos de una punta, cortó con el fuego al mismo tiempo lo selló, aplastándolo con los dedos el extremo pequeño que había cortado, mientras aun estaba caliente el plástico; volvió a extraer el billete y lo desdobló, en el pequeño tubo de sorbete cargó su dosis dentro del mismo.
Sobre la abertura de la lata puso toda la ceniza de su cigarrillo, hasta pidió a otros que fumaban en el vagón que le convidaran la ceniza, avivando con pequeños soplidos, volcó sobre las cenizas la mitad del contenido del pequeño tubo; llevó la lata hacia su boca, desde el orificio para beber el joven aspiró con fuertes bocanadas el humo y los vapores de los cristales; hizo esto hasta que se consumió todas las cenizas; insatisfecho, volvió a volcar ceniza desde el cigarrillo y cristales desde el tubo de sorbete agotando su contenido; varias aspiradas terminaron con la segunda carga; quedó con la mirada lejana sentado por unos minutos, mientras enciende otro cigarrillo y vuelve a repetir todo otra vez.
Sus días transcurrieron afanados por obtener esos minutos de placer efímero, sin tomar en cuenta que su vida se agotaba como un cigarrillo que se consume ante el incandescente fuego.

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