Hacía mucho tiempo mi abuelo me contó algo que le había cambiado
la vida fue una noche, mientras hacía un viaje de aventura en un paraje alejado
entre densos bosques y montañas que parecían tocar las nubes con sus picos
afilados.
Esa noche, como habitualmente, se dispuso a dormir en una cueva. Había caminado todo el día; agotado, preparó una comida en un fuego que improvisó con ramas que abundaban en el bosque y comió arroz con atún enlatado; para permanecer abrigado recolectó una buena cantidad de leña, que iría tirando al fuego para mantenerlo avivado durante la noche, también esto lo protegería de los animales que estuviesen merodeando por esos parajes.
Esa noche, como habitualmente, se dispuso a dormir en una cueva. Había caminado todo el día; agotado, preparó una comida en un fuego que improvisó con ramas que abundaban en el bosque y comió arroz con atún enlatado; para permanecer abrigado recolectó una buena cantidad de leña, que iría tirando al fuego para mantenerlo avivado durante la noche, también esto lo protegería de los animales que estuviesen merodeando por esos parajes.
Muy pasada la medianoche, un soplido de respiración profunda lo
despertó, del fuego solo quedaban pequeños trozos de brasas chispeantes, la
oscuridad era densa, el cielo estaba cubierto de pesadas nubes, que amenazaban
descargar sus pesadas bodegas. Se levantó para avivar las brasas con ramas
pequeñas hasta que las llamas iluminaron aquel lugar.
Cuando volvía para su improvisada cama, una imagen lo paralizó,
parecía un robusto toro, pero no era un animal, la figura de este ser estaba
marcado con gruesa musculatura. Aunque el abuelo era alto, se vio tan
disminuido que apenas lo alcanzaba al pecho. Esa respiración profunda que lo
había despertado tenía un origen, tan solo a unos pasos los separaba, nunca
antes había sentido tan fuerte el crepitar del fuego. Tras un largo rato de
observarse mutuamente, simplemente, este individuo se dio vuelta y desapareció
en la oscuridad del bosque.
Al siguiente día cuando amaneció, pudo ver las enormes huellas
que había dejado, sacó un molde de esas huellas, cuando volvió para su casa, lo
guardó en un altillo.
En una de mis tantas
travesuras y juegos a las escondidas, encontré ese molde, medía como tres
palmas mías. Ese día después de la cena, le pregunté al abuelo de quién era esa
huella, entonces me llevó a la estufa de leña, avivó el fuego y me contó la
aventura de ese viaje y ese extraño encuentro.
0 comentarios:
Publicar un comentario