viernes, 23 de diciembre de 2011

Estrellas navideñas


        El trajín de la mañana lo había dejado tan agotado que, cuando subió al ómnibus, se dejó caer en el asiento para dormir.
     
        El viaje hasta su destino le tomaría treinta horas. Cuando había llegado a la terminal, estaba tan llena de gente que tuvo que abrirse paso hasta llegar a la plataforma 55 de donde saldría el autobús. Atento a los anuncios de los parlantes, esperaba que su colectivo llegara.

       Habían pasado 13 minutos del horario fijado en el boleto y la ansiedad se le notaba, miraba una y otra vez el boleto, el reloj del pasillo y el anuncio que esperaba por los parlantes no llegaba. Entonces apareció un hombre con una planilla en la mano, e ingresó el colectivo a la plataforma, que un minuto antes se había desocupado. 

       Le tomó diez minutos llenar el vehículo, el chofer apresurado cerró la puerta, mientras otro hacía el recuento de los pasajeros. No había transcurrido una hora de viaje cuando se quedó profundamente dormido, al despertar, el sol emitía sus últimos rayos. Sobre las rodillas encontró una bandeja de merienda, inapetente, la guardó en el bolsillo de asiento. Eran pocos los que permanecían despiertos, en la pantalla pasaban una película, sin saber de qué se trataba, dejó escapar un bostezo y se acomodó en el asiento para ver el vídeo. 

       Según la noche avanzaba, en el firmamento se podían ver las estrellas que parpadeaban, se preguntaba, cómo hacían para que en ese lugar brillaran con tanta intensidad. En el horizonte nocturno, cuatro explosiones de fuegos artificiales se sucedieron uno tras otro, en ese instante miró la hora y vio que eran las 23:59. ¡Era Nochebuena! Mientras  viajaba en la ruta, tal vez algún niño tiraba cohetes en celebración de la Navidad. 
Sus pensamientos surcaban huellas de su infancia que había olvidado. En su casa, junto a su hermana, cinco años mayor que él, salía a la calle a tirar cohetes y petardos, pasaban momentos agradables. Esa noche estaba rodeado de gente que nunca antes había visto, y todos estaban dormidos. 

       El día anterior había rendido una materia que le permitió terminar el secundario, sus padres habían partido hacía una semana para los preparativos de la boda de su hermana, en Rancho Queimado, una pequeña ciudad a 53 km de Florianópolis.

       La boda sería en tres días. Durante la noche permaneció despierto, sumido en su asiento, en su cabeza surcaban los recuerdos de las Navidades pasadas, el año anterior había sido la primera vez que habían invitado a Darlan, el novio de su hermana, a pasar la Nochebuena en la casa. Él cursaba quinto año de Medicina, ambos estudiaban en la misma facultad, hacía mucho tiempo que salían como amigos, y como ese año sería el último que cursarían juntos, hizo que definieran sus sentimiento, fue entonces cuando decidieron casarse.

       Para ellos fue un año intenso, no solo tenían que cumplir con sus estudios, sino también hacer los preparativos para la boda y, además, habían conseguido empleo de medio tiempo; se vieron abrumados por la infinidad de detalles que atender. A mitad del año, la madre de Darlan los había visitado, al verlos tan agobiados quiso ayudarlos; les propuso hacerse cargo de todos los preparativos de la boda, el lugar, los invitados, los souvenirs, y cuanto era preciso para la boda. La única condición que ponía era que se realizara en la ciudad natal de ella.

       La joven pareja se miró un largo rato sin proferir palabras, al ver la perplejidad en sus rostros, ella los tomó de la mano y les dijo: «Piénsenlo, no tienen que responder hoy, si les parece, vendré mañana», y se retiró a su hotel. Sintieron que una enorme carga se les había quitado. No tuvieron que discutir mucho el tema, solo tenían que aceptar la generosa oferta, y liberarse del inmenso peso que los estaba desgastando.

       Fue esa la causa por la que se encontraba viajando solitario en un día festivo. El colectivo llegó según lo planeado, y tuvo que trasbordar a otro vehículo para llegar a la casa de la familia del novio de su hermana.  Cuando llegó a la pequeña ciudad, el ambiente era de celebración, esos días recorrió lugares pintorescos que disfrutó. El día de la boda fue sencillamente mágico, los arreglos en la catedral, el salón de fiesta, cientos de invitados y una orquesta que tocaba cuanto tema se lee solicitaba. Fue un día inolvidable.

       La noche navideña, rodeado por desconocidos, valió la pena.

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