lunes, 14 de mayo de 2012

Caminata en el bosque


Salen del bosque justo en el momento en que el sol se esconde entre las ramas más altas. 
Uno de ellos tiene la remera traspirada, a pesar de que el atardecer trae consigo ráfagas de vientos fríos. Buscan un lugar llano lejos de los gigantes árboles de la lluvia dosel, un claro en un recodo del río se ve ideal para armar el campamento. 
Con malestar, Sergio se sienta en la orilla del río, toma un trago de agua y ventea su remera intentando secarla. Su rostro tiene una mirada de perplejidad, ansiedad y hasta de temor.
Carlos, sin percatarse del estado de su compañero, despreocupado, arma la carpa. Ewal busca piedras para proteger el quemador del viento, para preparar la cena; animado, refriega sus manos en la comida que está preparando.
—¡Chicos, esta lista la carpa! —Carlos, sonriente, busca su mochila, saca un plato y los cubiertos —. ¡Que hambre tengo! —Estira la espalda y pregunta por la comida.
—Ya, ya, un minuto más y está lista la cena. ¿Por qué no llamas a Sergio?
—¡Hey, Sergio, dale, a comer! —Levanta las manos y las agita.
—¿Qué te pasa que te quedaste en el río? —pregunta Ewal.
—Solo trato de secar la remera.
—Es mejor si te pones una seca —comenta Carlos—. Busca un plato que comemos ya.
—Sí, vuelvo en un momento. —Vacía la mochila hasta encontrar los utensilios.
            Carlos y Ewal notan el estado de agitación de su compañero.
—¿Qué te ocurre? Tienes el rostro traspirado —indaga Ewal.
—No creí que fuera tan oscura la noche en el bosque.
—El bosque está a trescientos metros, estamos en la orilla del río. ¿Te sientes bien?
            Cuando iniciaron la expedición, Sergio no tuvo presente la oscuridad de la noche. En su casa nunca apagaba las luces de su habitación durante la noche; esto se debía a un incidente durante un cumpleaños de su hermano, los amigos de él quisieron darle una sorpresa.
            Habían preparado una torta y una pequeña caja con un gecko hoja-cola como regalo, fue tal el alboroto que hizo cuando abrió el regalo, que tiró la caja perdiendo al pequeño reptil, por mucho que buscaron no pudieron encontrar el gecko.
            Esa noche, como cualquier otra, Sergio se fue a dormir a su habitación; a media noche pasó la pesadilla de su vida, sintió que su rostro era absorbido, agitado, jadeaba intentando despertarse del mal sueño, pero algo le impedía ver en la oscuridad, sentía algo frío y rugoso entre los ojos y pequeños puntos que parecía sorber su rostro. La ansiedad lo ahogaba, le hizo dar un sobresalto en la cama, los alaridos que pegó despertaron a sus padres, quienes acudieron en su auxilio. Al prender la luz, vieron al gecko en su rostro, y a Sergio, que gritaba descontrolado. El reptil terminó en un zoológico, pero él nunca pudo superar la oscuridad.
            Durante la caminata en el bosque, vieron infinidad de animales: insectos, aves y hasta un ciervo. Todo en el recorrido contribuía al pánico que sentía por los animales; pero, las enormes copas de los árboles eran más intimidantes, su angustia no terminó cuando salieron del bosque, sintió en la espalda todos los fantasmas de la oscuridad en la montaña y del bosque.
Solo él sabía del miedo a las dríadas.

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