
Salen del bosque justo en el momento en que
el sol se esconde entre las ramas más altas.
Uno de ellos tiene la remera
traspirada, a pesar de que el atardecer trae consigo ráfagas de
vientos fríos. Buscan un lugar llano lejos de los gigantes árboles de la lluvia
dosel, un claro en un recodo del río se ve ideal para armar el
campamento.
Con malestar, Sergio se sienta en la
orilla del río, toma un trago de agua y ventea su remera intentando secarla.
Su rostro tiene una mirada de perplejidad, ansiedad y hasta de temor.
Carlos, sin percatarse del estado de su
compañero, despreocupado, arma la carpa. Ewal busca piedras para proteger el
quemador del viento, para preparar la cena; animado, refriega sus manos en la
comida que está preparando.
—¡Chicos, esta lista la carpa! —Carlos, sonriente, busca su
mochila, saca un plato y los cubiertos —. ¡Que hambre tengo! —Estira la espalda
y pregunta por la comida.
—Ya, ya, un minuto más y está lista la cena. ¿Por qué no llamas a
Sergio?
—¡Hey, Sergio, dale, a comer! —Levanta las manos y las agita.
—¿Qué te pasa que te quedaste en el río? —pregunta Ewal.
—Solo trato de secar la remera.
—Es mejor si te pones una seca —comenta Carlos—. Busca un plato
que comemos ya.
—Sí, vuelvo en un momento. —Vacía la mochila hasta encontrar los
utensilios.
Carlos y Ewal
notan el estado de agitación de su compañero.
—¿Qué te ocurre? Tienes el rostro traspirado —indaga Ewal.
—No creí que fuera tan oscura la noche en el bosque.
—El bosque está a trescientos metros, estamos en la orilla del
río. ¿Te sientes bien?
Cuando iniciaron
la expedición, Sergio no tuvo presente la oscuridad de la noche. En su casa nunca
apagaba las luces de su habitación durante la noche; esto se debía a un incidente
durante un cumpleaños de su hermano, los amigos de él quisieron darle una
sorpresa.
Habían preparado
una torta y una pequeña caja con un gecko hoja-cola como regalo, fue tal el
alboroto que hizo cuando abrió el regalo, que tiró la caja perdiendo al pequeño
reptil, por mucho que buscaron no pudieron encontrar el gecko.
Esa noche, como
cualquier otra, Sergio se fue a dormir a su habitación; a media noche pasó la
pesadilla de su vida, sintió que su rostro era absorbido, agitado, jadeaba
intentando despertarse del mal sueño, pero algo le impedía ver en la oscuridad,
sentía algo frío y rugoso entre los ojos y pequeños puntos que parecía sorber
su rostro. La ansiedad lo ahogaba, le hizo dar un sobresalto en la cama, los
alaridos que pegó despertaron a sus padres, quienes acudieron en su auxilio. Al
prender la luz, vieron al gecko en su rostro, y a Sergio, que gritaba descontrolado.
El reptil terminó en un zoológico, pero él nunca pudo superar la oscuridad.
Durante la
caminata en el bosque, vieron infinidad de animales: insectos, aves y hasta un
ciervo. Todo en el recorrido contribuía al pánico que sentía por los animales;
pero, las enormes copas de los árboles eran más intimidantes, su angustia no
terminó cuando salieron del bosque, sintió en la espalda todos los fantasmas de
la oscuridad en la montaña y del bosque.
Solo él sabía del miedo a las dríadas.
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