jueves, 13 de septiembre de 2012

La triple frontera


Era un domingo de cielo cubierto y calles desiertas en la vertiginosa Ciudad del Este.
Por un pestañeo perdió el colectivo que le llevaría a Puerto Iguazú; esperar el siguiente no era una opción cómoda, la frecuencia de ómnibuses los fines de semanas podía llegar a dos horas.
Pasó por el puesto fronterizo para registrar su salida. La sorpresa fue tal que su nombre tenía una multa de quinientos dólares, debido a un egreso no registrado en otro puesto. Según el comentario del oficial:
—Todo los pases que tienen una doble raya en la parte superior, no son ingresados en las bases —Le mostró la marca en la constancia de ingreso.
—¿Cómo puedo resolver esto? —preguntó el mochilero casi palideciendo.
—Si quiere le puedo hacer un descuento a doscientos cincuenta dólares.
—Pero este papel me lo dieron en Falcón —protestó desconcertado.
—Llévese no mas, puede cruzar el puente —Con mirada de desinterés despacho al viajero.
Con cara de incredulidad, salió de la oficina y tomó rumbo al puesto de Foz do Iguaçu, presentó su documento y le dijo que iba a Puerto Iguazú. «No necesita registrarse, pase», tomó sus pertenencias y respiró seguro de que todas las cosas están bien, caminó cincuenta metros y un fuerte chaparrón se precipitó, los pocos transeúntes que hacían el mismo recorrido, se cobijaron bajo un alero del tinglado que cubre el control.
Una pareja que tenía a su hijo pequeño, le pusieron una bolsa plástica de supermercado a su niño, y corrieron hasta el próximo alero, a setenta metros, desde donde salían los ómnibuses a Puerto Iguazú. No transcurrió quince minutos cuando seis personas tomaron el colectivo, en el recorrido fueron subiendo pasajeros de distintas nacionalidades, hasta llenar el vehículo. La lluvia hizo presa de todos los viajeros ese medio día.
El control en el puesto de Puerto Iguazú fue más ligero el trámite, con varios box que atendían simultáneamente, hizo sencillo el registro. El joven de la vieja mochila roja azul Karrimor, cruzó la puerta y un oficial le pidió que pase su mochila por el escáner de rayos X, desde el otro lado se escuchó:
—Che, mira esto —El tono de voz petrificó al joven— habla español —preguntó un oficial que siguió los pasos del viajero.
—Sí, que ocurre —replicó intentando controlar sus nervios.
—Vacíe su mochila ¿qué es lo que tiene en esto? —Indicó a dos imágenes gemelas que resaltaban y les pareció sospechosas.
—Ah, son dulce de guayaba —contestó muy aliviado, mientras sacaba el contenido de la mochila hasta entregar en las manos de un oficial los potes de dos kilos.
—Esta bien, puede subir al ómnibus... disculpe las molestias —Cortes se mostró amistoso.
El joven tenía un torbellino de sentimientos que no terminaba de identificar, porque entre la ropa tenía una Tablet adquirido en la zona franca, y además, una cámara reflex. Su temor era que le cobraran una taza por los dispositivos adquiridos.
Mientras reordena sus pertenencias oye a otro pasajero de origen australiano que no tenía el pasaporte, y ningún documento; pedía al chófer que le dejará subir al colectivo, y este se negaba a llevarlo si no tenía su pase fronterizo; con suplicas y desasosiego, el hombre camina de un lado para otro, intentando controlar el llanto. Cuando los pasajeros completaron el transporte, el hombre aún suplicaba para que lo llevara, sin tener una respuesta afirmativa le dijo «No le puedo llevar, tiene que pagar otro boleto y volver al otro lado.» le cerró la puerta y partió.

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