El niño del barrio

Los chicos jugaban a la pelota todas las tardes en la plaza del barrio. Muchos de ellos eran compañeros de escuela, algunos intercambiaban los trabajos escolares; pero lo que más disfrutaban era estar en grupo. De vez en cuando aparecía un niño para el juego; no lo conocían de la escuela, tampoco sabían dónde vivía y menos quiénes eran sus padres; ...

El sueño consumido

Cuatro semanas que no aparecía su padre por la casa. Por lo general, siempre estaba los fines de semana; para los niños era motivo de celebración la llegada del padre, que venía cargado de bolsos con alimentos y, lo que esperaban los niños, las tradicionales tiras de asado.

La sombra II

Había sido abandonado en un sótano bajo el efecto de un somnífero, lo habían dejan en compañía de una camada de seis gatitos y la madre. Los ruidos y los saltos en su espalda lo habían despertado después de dos días; la tenue luz que ingresaba por una escalinata le permitía observar los juegos de las entrometidas compañías. ...

Vidas transformadas

Nadie iba a creerle. Había defraudado tantas veces a sus amigos, que en su interior solo había dolor.

Reencuentro

Una suave brisa helada sopla figuras fantasmales de niebla. En una gota de lágrima se ve el dolor que oprime su corazón.

Vuelo con globos

Una suave brisa helada sopla figuras fantasmales de niebla. En una gota de lágrima se ve el dolor que oprime su corazón.

Historias recurrentes

Comenzó abruptamente. Habíamos planeado una salida igual a tantas otras, pero sin anticiparme lo que me contaría, comenzó diciendo: —Me voy a Brasil por trabajo. —¡Qué! Es una broma. Hacía dos meses que había comenzado en ese empleo...

Respuesta a un pedido desesperado (carta)

Apreciada señora: Luego de leer con atención su enfático pedido y lo crucial que esta situación es para su matrimonio, quiero recordarle que su requerimiento fue atendido con presteza, a pesar de los años que han transcurrido del envío de su carta. Nuestra oficina conserva todas las cartas que no se han llegado a ubicar al destinatario ni contienen un remitente al dorso....

Invasores alados

El día había sido sombrío y peligroso. El terror había reinado en las calles de la ciudad. Muchos de los habitantes habían alcanzado a huir a las montañas, con la esperanza de no ser atrapados por los invasores que habían irrumpido de forma repentina, una nube había oscurecido el cielo, parecía una plaga de langostas. ...

Noche en el museo

Esa mañana Pedro tenía el rostro perplejo. No había pasado un cuarto de hora cuando tenía la cabeza recostada sobre su cuaderno. Cuando terminó la clase, le dieron un empujón para que despertara, con la cara somnolienta, recogió sus pertenencias y se fue para el baño; cuando lo vieron de regreso, lo comenzaron a...

La sombra

Una figura va escondiéndose detrás de los troncos, los viejos árboles de la cuadra hacían de cómplices prestando sus sombras. Solo se alcanzan a distinguir sus ojos afiebrados y brillantes...

Inquieta peluche gris

Antes que el primer rayo del día se hicieran presente salió al monte, su rutina era buscar una presa y, si la fortuna se mostraba benigna le ofrecía un panal y su cristalino manjar...

miércoles, 29 de agosto de 2012

Noche en el museo

        Esa mañana Pedro tenía el rostro perplejo. No había pasado un cuarto de hora cuando tenía la cabeza recostada sobre su cuaderno.
        Cuando terminó la clase, le dieron un empujón para que despertara, con la cara somnolienta, recogió sus pertenencias y se fue para el baño; cuando lo vieron de regreso, lo comenzaron a indagar: si se sentía bien, si había dormido esa noche, y otros se burlaban del semblante aletargado.
        Ante tanta insistencia de sus compañeros, contó la terrible experiencia de la noche pasada:
        A media tarde del día anterior, había recibido una llamada telefónica de un supuesto apoderado de su abuelo, este lo había citado para transmitirle una importante noticia: «Debe presentarse antes de las 19 h en la oficina del director», apresurado había tomado la dirección del lugar.
        Había llegado media hora antes, el lugar era un museo de cera,  buscó la oficina y se sentó a esperar la hora indicada. Le intrigaba el tema, su abuelo había fallecido hacía dos meses de una complicación respiratoria, cumpliría ochenta y dos años el día de hoy. Nunca había contado de algún apoderado, había arreglado todos los temas legales con anticipación, dejó su casa a nombre de los dos hijos que tenía, el abuelo vivía de su jubilación y de la ayuda que los hijos le brindaban.
        «¿Qué tendría el abuelo acá?», era la pregunta que comenzó a inquietar al joven. Cuando llegó la hora indicada, vio que la gente se iba retirando, nadie se había aproximado al lugar de la oficina.
        Se sentó en un banco del pasillo, cruzó los brazos en espera del apoderado y de la noticia que tenía para comunicarle. No pasó mucho tiempo y fue a una vidriera, el colorido traje que vestía ese personaje había llamado su atención cuando ingresó, mirando de reojo a su alrededor, se animó a tocar la figura. La textura era como la de una vela, muy suave. El aspecto, de un telegrafista, visera, anteojos redondos, bigote recortado con prolijidad; camisa blanca lisa, chaleco abotonado, un reloj de bolsillo, corbata de moño; tenía la mirada fija en un artefacto con un carretel que portaba hoja en cinta, que ingresaba a un aparato con varios rodillos dentados, estos mordían el papel, en la parte media de los cuales había una especie de punzón que marcaba la cinta de punto o raya, dejando un relieve impreso. El conjunto era: el carretel, una caja que contenía los mecanismos de los rodillos y un manipulador.
        Mientras observaba la escultura, un ruido de golpe de puerta cuando se cierra, lo sacó de su concentración. Volvió al banco del pasillo, esperando que alguien se aproximara, cinco minutos después las luces se apagaron, la penumbra fue total, como ciervo que huye de un cazador, se precipitó por los pasillos tanteando por las paredes en busca de la salida. Los traspiés se repetían con cada metro que avanzaba. Al doblar una esquina del pasillo, se dio un fuerte golpe a la altura de la rodilla con la punta de una banca, el dolor fue tan intenso que se recostó en el asiento por varios minutos, esperando que atenuara el dolor. Reincorporado, continuó con su búsqueda, esta vez los pasos eran arrastrados y más lentos.
        En un extremo del pasillo, llegó a ver un parpadeo rojo, con paso firme, apoyando las manos en la pared, continuó hasta llegar al lugar donde se emitía el destello. Era una pequeña caja de control de alarma: un teclado y una pantalla.
        Pensó que debía buscar ayuda, en algún lugar debiera encontrar un teléfono, la oscuridad no le permitía recorrer con prisa, le tomó más de una hora hasta que encontró en el sótano un aparato. Al fin pudo hacer una llamada a su casa, del otro lado se oía timbrar, pero nadie contestaba. Donde estaban sus padres, para esa hora ya tendrían que haber llegado; eran las diez de la noche, y no tenía forma de salir de ese lugar.
        Entonces se le ocurrió llamar a los bomberos, marcó el 100, … pero no sabía qué pedir, no había fuego; se limitó a contar que: estaba atrapado en un museo y no podía salir. Pensó que en un par de minutos vendrían a buscarlo, ¡puf! …
        Pasaron más de dos horas hasta que pudo oír las sirenas en la calle, cuando vio que abrían la puerta, sintió que la vida volvía a su cuerpo. Pero la noche aún no terminaba, pasó un largo interrogatorio en la comisaria,  si tan solo hubiera dicho que se quedó dormido, tal vez lo sacarían del museo y lo llevarían a su casa. Él les había contado de la llamada que había recibido, que tenía que presentarse en la oficina del director.
        Esa oficina hacía dos años que no se abría, el director había fallecido en un accidente automovilístico, y no tenía ninguna relación de amistad o laboral con el abuelo.
        ¿De dónde había salido esa llamada?

martes, 21 de agosto de 2012

Respuesta a un pedido desesperado (carta)


Apreciada señora:
            Luego de leer con atención su enfático pedido y lo crucial que esta situación es para su matrimonio, quiero recordarle que su requerimiento fue atendido con presteza, a pesar de los años que han transcurrido del envío de su carta. Nuestra oficina conserva todas las cartas que no se han llegado a ubicar al destinatario ni contienen un remitente al dorso.
            No fue difícil ubicar su carta, ya que contamos con un archivador catalogado por fecha de llegada a nuestra oficina.
            Graciela, quiero contarle por qué su pedido nos es imposible de atender: el día posterior a la llegada de su solicitud, pusieron su carta  en mi escritorio para hacerle el envío. Ese día, al ser caluroso,  y por no contar con un sistema de aire acondicionado, mantuvimos las ventanas abiertas, como es nuestra costumbre. Era la hora del almuerzo, y cada uno se retiró a su domicilio.
            Fue tal nuestra sorpresa, cuando de regreso en la oficina, no encontramos su carta en mi escritorio, que le pedí al personal que hiciera una búsqueda en toda el edificio, pero nuestros esfuerzos fueron inútiles. Un niño que jugaba en la vereda, al ver tanto alboroto, preguntó si era una carta lo que buscábamos. Ante nuestra respuesta afirmativa, el niño nos relató que, en nuestra ausencia, un pájaro color rosa ingresó por la ventana y se llevó su carta, razón por la cual nos es imposible atender su pedido.
            Atentamente.
            Jefe Postal.

domingo, 19 de agosto de 2012

Carta a un amigo (pedido)


Apreciado amigo:
            Te cuento que mi estadía en tu linda ciudad fue la mejor que tuve este año, disfruté de las cascadas en el río, y el agua fresca de estas, hizo que olvidara el sofocante calor de mi ciudad. Los días de caminata en las montañas hicieron que sintiera todo mi cuerpo agotado al límite. Aun puedo salir a caminar por las plazas intentando recrear esos momentos que disfruté durante mi estadía y caminar por esos parajes, aunque con poco éxito.
            Fue en una de esas caminatas cuando una tarde en que el sol daba en el horizonte, que tu sombra se magnificó y la relacioné con tu enorme espíritu, fue la tarde en la que bajamos a esa cueva, armados de linternas, cascos y cuerdas, en la que descubrí  decenas de maravillas ocultas por miles de años. En un recodo de la cueva, encontré una roca colorida que llamó mi atención, tenía todo el aspecto del arco iris en miniatura; cuando te la mostré me dijiste que era algo muy raro.
            Deseo hacerte un pedido: si pudieras enviarme esa roca que se me cayó del bolsillo al salir de la cueva mientras hacíamos el ascenso y nos apresurábamos debido a la lluvia que nos sorprendió.
            Tu amigo.

martes, 14 de agosto de 2012

La maldad tatuada


Vivió su infancia en un barrio marginado. A temprana edad sus padres lo habían abandonado en la calle, y desde entonces, su vida estuvo llena de malas influencias. Comenzó robando bolsos olvidados en la calle, con los que juntaba algunas monedas para su sustento. Un circulo de niños a los que se adhirió lo iniciaron en las drogas: en un principio, los más grandes le proveían de la bolsa con pegamento, cuando fue más grande probó un abanico de narcóticos, de las que también se hizo vendedor, fue entonces cuando, con el dinero que este negocio le brindaba, fue alquilando habitaciones en hoteles donde podía dormir e higienizarse.
El trato con distintos grupos de proveedores de droga le hizo adquirir una personalidad insensible. No podía ser flexible ni caritativo. Su mundo estaba rodeado de crueldad, adicciones y vicios. Ante cualquier obstáculo, su prioridad era sobrevivir, de esa manera se hizo más fuerte ante sus enemigos, a los que fue creándoles accidentes fatales uno por uno, hasta que un día cometió un error que lo vinculó con un conocido personaje de la farándula. Desde entonces caía una y otra vez en prisión, de las que terminaba huyendo de alguna manera, y en su haber tenía una decena de crímenes.
En cierta ocasión, estando en prisión, simuló un fuerte dolor abdominal y lo llevaron a un hospital con un guardia, esposado de la mano, luego de ser revisado y mientras esperaba los resultados de los estudios, aprovechó una distracción del guardia para reducirlo con un material punzante que halló a mano, con el que le hizo varias heridas. Lo abandonó semimuerto en el piso y huyó.
Otra vez libre, no le tomó mucho tiempo retomar el control de su antigua actividad. Como un profesional, sentado en su oficina, planificaba sus fechorías, para luego llevarlas a cabo; no podía darse el lujo de dejar al azar ninguno de sus movimientos, su labor de cada día se desempeñaba con mucha sutileza para eludir a sus captores. Ellos distribuyeron la fotografía de un tatuaje en particular que lo distinguía de otros, quien reconociese esa marca recibiría una recompensa por denunciar al criminal.

lunes, 13 de agosto de 2012

La carta anónima


Diecisiete horas; Alejandro llega muy apresurado de su rutina de la plaza, que se encuentra enfrente de su departamento, desde la que disfruta una vista panorámica. Con la intención de salir luego de tomar una ducha, la adrenalina se hace  sentir mientras muy apresurado se dirige a su monoambiente. Esa noche se encontrara con los viejos amigos del colegio, debe ser diez años que no los ve, deseaba saber qué era de la vida de todos sus compinches.
Al abrir la puerta un ligero ruido le llamó la atención e hizo que se fijara en la hendija, entre la puerta y el piso, era un sobre, se agachó para levantarlo y, sin darle mucha importancia, lo puso en la mesa. Continuó con el plan que tenía en mente, el encuentro con los amigos.
Apresurado,  se dispuso a tomar la ducha. Mientras dejaba que corriera el agua tibia en el pecho, pensó en el sobre, no era la correspondencia habitual que recibía, no era de las facturas comunes para cancelar, ya había pagado todas las cuentas del mes «¿Qué será eso?», pensó; esto llenó de curiosidad la cabeza de Alejandro, que, ni bien terminó de bañarse, fue a buscar el sobre y a ver que contenía, lo abrió y su mirada cambió, frunció la frente, la letra no era fácil de leer, parecía como si un soplido la hubiera inclinado para el lado izquierdo de la misiva, deletreó «conozco todo lo que haces, sé a qué te dedicas, te puedo ver junto a la mesa». En su mente un torbellino de ideas y sentimientos de toda naturaleza, que pasaban desde la ira a la perplejidad, lo inundó. Miró hacia la ventana y vio decenas de personas caminando, otras con sus mascotas corren y algunas madres con sus niños que juegan.
Sin pensarlo, reaccionaba con un dejo de furia, se dispuso a cerrar las persianas que hacía mucho que no bajaba, tenían los seguros rotos, las tenía apuntaladas con un palo de escoba. Volvía a la mesa y, con las manos hinchadas por la ráfaga sanguíneo, se dispuso a terminar el descifrado, «tengo una colección de videos de todo lo que haces». Era todo el contenido de la nota, su mente quedó bloqueada, sencillamente, se desplomó en el sofá, no salía de la perplejidad en la que lo había dejado esa nota.
Pasó un largo rato sentado sin saber qué pensar, de repente, sonó el teléfono y, con un sobresalto, despertó a la realidad, tomó el teléfono y escuchó: «Ale, te estamos esperando hace dos horas, que haces todavía allí», entonces tomó conciencia del tiempo que había transcurrido y, con la voz apagada, respondió:
—Tengo problemas.
—¿Qué te anda pasando?
—Recibí una carta con una amenaza, no sé de qué se trata, pero tengo miedo.
—Mira, no te quedes allí, ven para mi casa, te envío un taxi, no te quedes solo. No traigas nada para no llamar la atención.
—Bueno, me cambiaré y estaré atento.
No había terminado de cambiarse cuando sonó el portero, al descolgar oyó: «taxi», tomó la llave y se fue tan rápido como si un fantasma lo hubiera espantado.
Cuando llegó a la casa de su amigo, este lo recibió con un cálido abrazo: «No te preocupes, todo pasará y estará bien», mientras lo conducía hacia el patio. «Siéntate, te traeré algo, no te muevas». Sentado en el patio oscuro, se sentó con una grata sensación de paz, las manos aún le traspiraban. De pronto, un ruido le sobresaltó: «¡Sorpresa!». Sobrecogido, no se animó a pararse, al instante se iluminó todo a su alrededor y pudo ver salir a una multitud sin identificar a nadie en particular, no salía del asombro, uno se le acercó y lo dio un fuerte abrazo: «soy Lucas, ¡feliz cumple!». Aún asombrado, atinó a balbucear: «pues con esa barba, seguro que ni tu madre te reconoce»; y uno tras otro se iban presentando, hasta que al final, alguien proyectó un video en una pantalla gigante con imágenes de épocas estudiantiles, por último el recorrido que había hecho en la plaza enfrente de su departamento, y hasta se veía cómo tironeaba del palo en la ventana mientras bajaba la persiana. Esta era la explicación a sus momentos de ira y angustia de la tarde.
Su malestar se convirtió en alegría, no solo por encontrar una conclusión, a lo que hasta hace pocos minutos lo tenía turbado, todo terminaba en una broma de mal gusto, pero también de alegría, por reencontrase con todos aquellos amigos que todavía no habían dejado de hacer aquellas payasadas pesadas a las que él había olvidado. 

martes, 31 de julio de 2012

La sombra II

Había sido abandonado en un sótano bajo el efecto de un somnífero, lo habían dejan en compañía de una camada de seis gatitos y la madre.
Los ruidos y los saltos en su espalda lo habían despertado después de dos días; la tenue luz que ingresaba por una escalinata le permitía observar los juegos de las entrometidas compañías.
Los días transcurrían; las travesuras de los mininos entretenían a su amo; compartía la bolsa de alimento de los gatos, que encontraba apoyada en una pared; para alimentarse la madre había desgarrado la bolsa, eso duró solo unos días.
Por las noches la madre traía palomas que cazaba en el parque, haciendo otro aporte al sustento. Toda la familia salía por las noches a la fuente de agua, allí tomaban su ración del día; el ritual se repetía cotidianamente.
Una camada tras otra se iba sucediendo, las más recientes se iban convirtiendo en más ariscas; al pequeño solo se lo podía ver en las noches oscuras tomando en la fuente. Un incidente en los días calurosos, le hizo saber lo poco deseable que era su presencia.  Esa noche un grupo de jóvenes lo acorralaron y lo golpearon por su aspecto poco atractivo. Desde esa noche el terror se había apoderado de su vida.
Según iba creciendo el pequeño, adoptaba costumbres de los animales: dormía arrollado, encorvaba el lomo cuando se asustaba, abría la boca amenazante exponiendo los dientes cuando se veía amenazado por algún perro vagabundo.
La escasa ropa la buscaba en los contenedores de basura del vecindario, de donde también se proveía los alimentos; los hábitos de la colonia son nocturnos para buscar los alimentos; y retozaban durante el día.
Sentía que la presencia humana amenazaba su vida; sus salidas eran cada vez más cortas, las noches de luna llena, la madre le llevaba un pichón que cazaba entre los árboles. Era la única que le ronroneaba refregando su lomo entre sus piernas; si alguna vez sintió afecto en su ser, fue de esa tierna gata, que lo alimentaba y lo mimaba cada día.
Su familia era la creciente camada felina.

jueves, 28 de junio de 2012

La sombra


        Una figura va escondiéndose detrás de los troncos, los viejos árboles de la cuadra hacían de cómplices prestando sus sombras. Solo se alcanzan a distinguir sus ojos afiebrados y brillantes. El resto de su silueta parece disolverse en la noche.
        El cielo oscuro casi permitía tenues parpadeos de las estrellas; cubierto con una manta negra, su sombra apenas es percibida entre los árboles, que, plácidos, mesen su follaje impulsado por la brisa nocturna. 
        El movimiento de vehículos lo mantienen paralizado junto al tronco; cuando el silencio se apodera de la calle, hace el recorrido al siguiente árbol; en uno de los intervalos, su paso ligero tropieza con un montículo de tierra, extraído de una zanja que llega hasta la cintura, donde cae con un golpe seco, apenas se alcanza a oír: «¡Ah!». 
        Maltrecho, con dificultad alcanza a levantar la mirada sobre el filo de la excavación, adolorido en la cadera y la rodilla, hace varios intentos de salir del pozo; agotado, se arrastra hasta el cobijo de un árbol. Permanece recostado mirando el movimiento de las nubes grises que cubren el cielo; esporádico, un destello de una estrella se deja ver.
        Con los ojos fijos en el cielo, siente que es absorbido por la tierra, antes que el temor domine sus rodillas; apoyado sobre el tronco, levanta su escuálida figura que simula ser humana; con el rostro pegado al árbol observa la calle, la quietud de la noche infunde confianza al hombrecillo, con movimientos torpes hace su recorrido hasta el siguiente árbol.
        Agitado por el esfuerzo al caminar, permanece de pie apoyando las manos en el tronco. Le toma una hora avanzar los siguientes seis árboles. 
         Su tímida mirada lo mantiene sumido en un refugio del que solo sale durante la oscuridad, deambula por los cestos de basura de donde lleva su alimento. Su madriguera está en el sótano de un edificio abandonado; comparte el lugar con gatos ariscos, que, ante la presencia de alguna persona, corren al subsuelo para esconderse, tras un largo rato, desconfiados, asoman sus miradas por las escalinatas; seguros de estar libres del enemigo, salen a la claridad del día.
        El hombrecillo apenas tiene fuerza para poner su vista en la oscuridad.

Continúa en La sombra II

miércoles, 20 de junio de 2012

Su primer empleo

        Era por el año 1994 cuando quiso empezar a independizar económicamente, empezó a preguntar por distintos lugares sobre alguna posible vacante, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ganar unos pesos. Un amigo me dijo que debiera llevar un currículo a una fábrica donde siempre hacía falta un muchacho para los diferentes quehaceres, no se demoró en armar un detallado currículo que dejó  en una oficina donde una atenta secretaria le dijo que se haría cargo de presentárselo al jefe de Planta.
        No pasó una semana cuando tuvo noticias de la Factoría, alguien había ido a preguntar por él a su casa. Enterado de esto, inmediatamente puso rumbo para allá, en efecto, el mismo jefe de Producción se había tomado el tiempo para conocer la casa de este simpático muchacho. Ingresó al despacho de este hombre que parecía muy cuidadoso, bajito, mirada penetrante y sonrisa amplia. Solo le pregunto si buscaba un empleo y si estaba dispuesto a empezar ese mismo día. La sorpresa fue tal que solo atinó a asentir con la cabeza.
        Lo llevaron a un galpón donde se hacía el envasado de varios productos.  Su primera labor fue el armado de cajas de cartón, las que luego se llenaban con los artículos para despachar. El pequeño aprendiz se dispuso para la faena tan pronto como le indicaron su deber, «rápido, rápido» le vociferaban los otros empleados, que, con mucha agilidad, apilaban grandes plataformas, que luego eran despachadas por un hombre que iba y venía con un autoelevador, se podía ver que era un conductor muy experimentado porque así como unos llenaban plataformas, este otro los hacía desaparecer en un largo pasillo donde estaban dispuestas una arriba de otra.
        Las personas más próximas que tenía eran los hombres que parecían devoradores de cajas porque no terminaba de armar una que ya le estaban reclamando otra. Uno de ellos era muy joven, de no más de veintidós años, el otro era mucho más grande, no solo de edad, sino también de tamaño, de rostro muy hosco y voz muy fuerte que no paraba de reclamar cajas armadas.
        Ese verano en la fábrica transcurrió como un suspiro, cuando se acordó, estaba iniciando el colegio. Fue un comienzo diferente a los anteriores años, esta ocasión tenía: ropa nueva, zapatillas y una mochila llamativa. Se sentía estimulado para terminar el último año del secundario.

viernes, 15 de junio de 2012

Aventuras en la ciudad


        La ciudad de veinte mil habitantes, era descrita como una gran familia, porque a la gran mayoría un grado de parentesco los vinculaba.
        En un encuentro de amigos del secundario, el Pelado, contó su intención de probar suerte en Buenos Aires: «¡Todo cuanto puedas soñar, está allí!», cierra la mano y empuña  llevando hasta la altura del mentón.
        «Están quienes buscan la oportunidad de su vida, en una ocasión, salí con rumbo desconocido, me encontré con enormes edificios que si miras hacia arriba desde la vereda, dan vértigo; ¡los ómnibuses son tan largos, que a la mitad tienen una especie de acordeón!», relata otro con emoción.
        Pedro, que fue para hacer una carrera, quedó tan perplejo por la magnitud de los edificios y de la cantidad de estudiantes en su facultad, que afirma:
—¡Es como si todo el pueblo estuviera estudiando en la facultad!
—Conocí tanta gente de países distantes que no lo podía creer, ¡tenía compañeros que eran de Finlandia, Mozambique y otro de Rusia! —Agrega Juancito.
—Anda —dice uno —, ¡ruso es éste!
—No, no, ese vive en un hotel que es como el polideportivo de acá pero con veinticinco pisos mas para arriba —responde Juancito.
—Sabían que estudiaba por las noches en la Biblioteca del Congreso, esta abierto toda la noche, ¡no cierra!, permanece así las veinticuatro horas y a la madrugada hasta te sirven un café caliente, ¡saben qué bueno!
        A quien llaman el ruso, contó que cierta ocasión, cuando fue a visitar unos parientes lejanos en Capital Federal, tuvo una aventura que le resultó aleccionador, aunque poco grata. Le habían dicho que cuando llegara, tomara el colectivo 39 en constitución.
        «Salí de la estación arrastrado por una ola de gente, que sin detenerse a mirar la altísima bóveda de la estación, no alcanzaban a disfrutar ese centenario edificio, sentí que había sido transportado a la época de mis abuelos en aquel edificio, este observaba a un millón de pasajeros cada día. Lo primero que vi en la calle fue la larga hilera de colectivos que paraban y salían llenos de gente, uno tras otro, alcance a ver que uno de esos era el 39; me apresuré hasta donde salía, me puse tras un cola como de media cuadra; cuando subí al ómnibus, la máquina que expende los boletos, me devolvía una moneda y luego de varios intentos fallidos, alguien sugirió que probara con otra moneda y, al fin pude sacar el boleto, cuando otros pasaban la billetera por otro pequeño aparato amarillo y listo. ¡Pero, esto era apenas el comienzo!», afirma.
        «El colectivo me llevó hacia la calle de una cuadra, a Caminito en la Boca, mi destino no era ese, había tomado el colectivo para otro lado; ¡me quería morir!, por qué me sentía como una hormiga en la ciudad, caminé y caminé, y al final llegué a disfrutar un poco del colorido de ese barrio, amarillo intenso, azul marino, fucsia, verdes claros, fachada rosa, saben que por un momento pensé que: ahí debió vivir la Pantera Rosa. Que risa me dio ver eso; muchos extranjeros que tomaban fotos, ponían sus objetivos hasta en los pájaros. Como no me animaba a preguntar como llegar a mi destino, que era Chacarita, deambulé hasta quedar agotado, entonces me armé de coraje y me arrimé a un puesto de diario, haciendo que miraba el periódico, con un poco de timidez le pregunté al diariero:».
—Disculpe. ¿Qué colectivo tomo para Chacarita? —Con cara de pueblerino extraviado.
—¡Ah, no te preocupes querido! —Me dijo— Anda por esta calle dos cuadras y doblas a la derecha, a media cuadra tienes la parada del 39 que va para Chacarita.
        «Efectivamente estaba allí la parada, subí al colectivo y como los otros pasajeros, también, quise pasar la billetera, así que con mano firme apoyé sobre el aparato amarillo»
—A Chacarita —dije al chofer que me preguntaba.
—¿A donde viaja? —Pero no pasaba nada con la billetera, el chofer me preguntó.
—¿Tiene crédito? —Pero para no decirle cuánto dinero  traía, le dije:
—Tengo sesenta pesos.
—Tal vez este fallando su tarjeta —dijo muy amable el chofer.
—Puede sacar con monedas —busqué en el bolsillo las monedas y pagué.
        «Mientras buscaba un asiento, me preguntaba de que tarjeta me hablaba el chofer».
        Todos nos reímos un rato largo y nos despedimos con la promesa de continuar otro día.

lunes, 28 de mayo de 2012

Vida de perro

        Tenía tres meses cuando fue apartado de su madre.

      Llevaron al pequeño cachorro a una casa de campo, allí le pusieron un collar unido a una pesada cadena que lo ataba a un cajón de madera.

       Aislado de la camada de seis cachorros, la vida juguetona se había acabado. Desde entonces lo entrenaban para cazar bajo el inclemente invierno; en las largas caminatas a las que lo llevaban, Scoty conoció a otro cachorro, Terry.

        Ambos eran alimentados en el bosque, con presas que los cazadores mataban con tiros certeros; nevó los días que se quedaron atados a sus cajas,  y, simplemente, no tenían nada para alimentarse.

        En una de esas cacerías, corrieron tras un jabalí malherido por un tiro errado o porque la dureza del animal soportó el plomo en su cuerpo. Fue una larga persecución; Terry sufrió una herida en el lomo, por una feroz mordida, producto de una arremetida del jabalí; los cachorros lo acosaron con ladridos e intentos de captura, pero la fiereza del animal hizo larga la lucha, el hostigamiento  fue sin tregua. Cada vez que alcanzaban a morder la cola de la presa, esta emitía chillidos aterrorizantes que intimidaban a los inexpertos cachorros; la persiguieron hasta un pequeño estanque del arroyo, donde el despojo, agotado, se cobijó en medio del embalse.
       Varios intentos de ahuyentar al cerdo salvaje no tuvieron éxito. Entonces apareció el cazador, que, con sigilo, se aproximó hasta la orilla del estanque, el animal giró su cuerpo hasta fijar su mirada en el cazador, levantó el hocico oliendo por última vez el aroma del bosque, inclinó la mirada y se rindió a su destino final. Un tiro inmisericorde de escopeta terminó con el puerco salvaje.

       Los cachorros permanecían sentados en la orilla, temblorosos por el frío o el terror que les infundió el fin del jabalí. El cazador, impávido, desentrañó las vísceras de la presa y se las tiró a los canes; estos acercaron la trompa, las olieron, con un relamido de sus hocicos se retiraron sin probar  bocado, permanecieron sentados hasta que oyeron la orden de regreso.

        Hasta ese día, la cacería había sido de pequeñas presas: conejos, liebres y perdices; jugueteaban con sus ellas hasta terminar con el último bocado; esta vez el regreso no fue como en otras ocasiones, que tenían un aire de triunfo cuando corrían manteniendo la cabeza y la cola en alto, satisfechos de haber aplacado su apetito.
        En el momento que llegaron a sus cajas, como nunca, esa noche los perros quedaron sin la cadena puesta; un ave que hacía su canto nocturno les llamó la atención, sin tener  impedimento, caminaron explorando hasta llegar al pie del árbol de donde procedía el ruido; con ladridos espantaron al ave y se aventuraron en una persecución, que les llevó lejos de la casa. Por primera vez en casi el medio año que pasaron atados con cadena, sintieron la libertad de correr por el campo, pasaron varias horas corriendo uno detrás del otro, hasta que llegaron a una ruta con mucho tránsito de vehículos. Buscaron un reparo donde retozaron hasta el amanecer; nunca más volvieron a la casa del campo.

        La gente que conoció a esos cachorros, en el reparo de la parada de colectivo, los llamaron: Scoty y Terry.

lunes, 14 de mayo de 2012

Caminata en el bosque


Salen del bosque justo en el momento en que el sol se esconde entre las ramas más altas. 
Uno de ellos tiene la remera traspirada, a pesar de que el atardecer trae consigo ráfagas de vientos fríos. Buscan un lugar llano lejos de los gigantes árboles de la lluvia dosel, un claro en un recodo del río se ve ideal para armar el campamento. 
Con malestar, Sergio se sienta en la orilla del río, toma un trago de agua y ventea su remera intentando secarla. Su rostro tiene una mirada de perplejidad, ansiedad y hasta de temor.
Carlos, sin percatarse del estado de su compañero, despreocupado, arma la carpa. Ewal busca piedras para proteger el quemador del viento, para preparar la cena; animado, refriega sus manos en la comida que está preparando.
—¡Chicos, esta lista la carpa! —Carlos, sonriente, busca su mochila, saca un plato y los cubiertos —. ¡Que hambre tengo! —Estira la espalda y pregunta por la comida.
—Ya, ya, un minuto más y está lista la cena. ¿Por qué no llamas a Sergio?
—¡Hey, Sergio, dale, a comer! —Levanta las manos y las agita.
—¿Qué te pasa que te quedaste en el río? —pregunta Ewal.
—Solo trato de secar la remera.
—Es mejor si te pones una seca —comenta Carlos—. Busca un plato que comemos ya.
—Sí, vuelvo en un momento. —Vacía la mochila hasta encontrar los utensilios.
            Carlos y Ewal notan el estado de agitación de su compañero.
—¿Qué te ocurre? Tienes el rostro traspirado —indaga Ewal.
—No creí que fuera tan oscura la noche en el bosque.
—El bosque está a trescientos metros, estamos en la orilla del río. ¿Te sientes bien?
            Cuando iniciaron la expedición, Sergio no tuvo presente la oscuridad de la noche. En su casa nunca apagaba las luces de su habitación durante la noche; esto se debía a un incidente durante un cumpleaños de su hermano, los amigos de él quisieron darle una sorpresa.
            Habían preparado una torta y una pequeña caja con un gecko hoja-cola como regalo, fue tal el alboroto que hizo cuando abrió el regalo, que tiró la caja perdiendo al pequeño reptil, por mucho que buscaron no pudieron encontrar el gecko.
            Esa noche, como cualquier otra, Sergio se fue a dormir a su habitación; a media noche pasó la pesadilla de su vida, sintió que su rostro era absorbido, agitado, jadeaba intentando despertarse del mal sueño, pero algo le impedía ver en la oscuridad, sentía algo frío y rugoso entre los ojos y pequeños puntos que parecía sorber su rostro. La ansiedad lo ahogaba, le hizo dar un sobresalto en la cama, los alaridos que pegó despertaron a sus padres, quienes acudieron en su auxilio. Al prender la luz, vieron al gecko en su rostro, y a Sergio, que gritaba descontrolado. El reptil terminó en un zoológico, pero él nunca pudo superar la oscuridad.
            Durante la caminata en el bosque, vieron infinidad de animales: insectos, aves y hasta un ciervo. Todo en el recorrido contribuía al pánico que sentía por los animales; pero, las enormes copas de los árboles eran más intimidantes, su angustia no terminó cuando salieron del bosque, sintió en la espalda todos los fantasmas de la oscuridad en la montaña y del bosque.
Solo él sabía del miedo a las dríadas.

domingo, 29 de abril de 2012

El sueño consumido

Cuatro semanas que no aparecía su padre por la casa.
Por lo general, siempre estaba los fines de semana; para los niños era motivo de celebración la llegada del padre, que venía cargado de bolsos con alimentos y, lo que esperaban los niños, las tradicionales tiras de asado.
Eran seis, cuatro chicas y dos varones. El mayor de los niños, de once años, se quejaba de su zapatilla rota; la madre lo consolaba: «Cuando llegué papi le pediremos que te compre una».
Para no pasar vergüenza en la escuela, el niño, en lugar de ir a clases, habló con un amigo de su padre para ayudar en los quehaceres del taller. En ese lugar hacían rectificado de motores, la tarea que le asignaron fue la limpieza de las partes que llegaban cubiertas de grasa sucia y llenas de polvo empastado.
La primera paga que recibió el pequeño la guardó en una media y la puso en la almohada. Muy contento, siguió con su rutina semanal. Cuando buscó el escondite para agregar la segunda paga, sintió que un puñal frío atravesaba su joven corazón. La media estaba vacía,  miró bajo el colchón, sobre la cama; revolvió todas las frazadas, pero su dinero no aparecía.
Para no llamar la atención, sigiloso, buscó una lata de atún vacía, la limpió con prolijidad y, envuelto en un plástico, puso su segundo pago. Salió al patio cuando todos sus hermanos estaban durmiendo la siesta, hizo un pequeño pozo detrás del limonero donde enterró el dinero.
Toda la semana fue color de rosa, la comida en la mesa parecía normal, como si el padre hubiera llegado el fin de semana. Pero nada había preparado al niño cuando fue a buscar la lata de atún detrás del limonero. Hizo una docena de pozos, pero al parecer la tierra se había tragado el sueño de la zapatilla.
Furioso, fue a increpar una por una a sus hermanas:
—Vos agarraste mi almohada —Comenzó por la hermana cinco años mayor.
—Cuidado con quien te metes. ¡Enano! —Irguió su cabeza cual feroz cascabel.
—¿De dónde sacaste esa hebilla? —Continuó con otra de sus hermanas, pensando que tal vez ella había tomado su dinero.
—Eso no es de tu incumbencia —Empujó al niño sacándolo de la habitación de las chicas.
Nadie parecía entender el reclamo del pequeño. Por la noche quiso vengarse del maltrato de sus hermanas:
—Ma, viste que Clara tiene una hebilla nueva —Intentó poner a su madre de su lado.
—No, a ver. —Con cara de curiosa se acercó— ¡Qué linda! Te queda preciosa.
—Sí, seguro que se la regaló el novio —agregó el pequeño.
—¡Qué! —Volvió la mirada hacia su hijo—. ¿Cómo es eso?
—Estaba besando a Guillermo en la plaza. —Fruncía el ceño y mirada desafiante.
—Barny nos estuvo acusando de que le robamos dinero —Se puso de pie la hermana mayor,  apuntando al pequeño con el dedo y con mirada de reptil.
—¡Basta! —Intervino la madre abrazando a su hijo—. Siéntate. —Ordenó a la hija mayor.
—Debieran estar agradecidas por lo que hace su hermano por ustedes. —Se acurrucó cobijando a su hijo—. Bien saben que su padre no viene desde hace un mes y medio. ¿De dónde creen que estuvimos comiendo?
        Gruesas lágrimas  rodaron por las mejillas del niño, y apretujó a los brazos de la madre, con sus rollizas manos. Sentía que el sueño de una zapatilla nueva se estaba esfumando.
—Yo tomé tu dinero, hijo.
        El niño, con congoja, sacó de su bolsillo unos billetes y se los alcanzó a su madre.

domingo, 22 de abril de 2012

Vuelo con globos

              Necesitaría 7200 globos inflados con helio. Estaba ilusionado con un proyecto que se había propuesto. Tenía una gruesa carpeta con toda la información y los materiales que necesitaría.
     Consistía en transportar a un individuo con globos de cumpleaños. Había llegado a la cuenta de que para levantar un kilo de peso, requería de ciento sesenta globos.
     Todos los ahorros en su chanchito no llegaban a cubrir una décima parte de los costos que tendría que afrontar.
     Carlitos habló con sus padres, durante la cena, por un posible anticipo de la mensualidad que recibía. La discusión se hizo tan larga debido a lo absurdo que les pareció semejante aventura de Carlitos. Todos tenían una opinión contraria acerca de ese proyecto. Para el niño, a sus catorce años,  ese era el motivo de desvelo.
     La madre, simplemente, dijo que era peligroso y descabellado; su hermano, dos años mayor, con tono de sarcasmo, hizo su aporte: «¿Y por qué no buscas un empleo?». Desilusionado, esa noche pasó largas horas recostado sin poder conciliar el sueño, hasta que un pequeño destello brilló en su cabeza: «¡Sí, eso es lo que haré!»
     A la mañana siguiente, se levantó muy temprano y fue al comedor, mientras su padre se preparaba para ir a su trabajo, desayunaron juntos, y le comentó que iría a buscar un empleo:
—¿Adónde planeas ir? —indagó el padres.
—La semana pasada fui al taller de Jorge, el mecánico, él me dijo que necesitaba un aprendiz.
—Ah, y te gusta eso.
—Me parece divertido aprender cómo funcionan los autos —respondió el niño.
—¿Quieres que te acerque al lugar? —Se mostró muy amistoso su padre.
—Sí, claro. —Sonrió, contento de tener la aprobación de su padre.
     La madre del jovencito no pudo evitar escuchar la conversación.  Ella preparó un taper con algunas empanadas que habían quedado de la cena, y se lo alcanzó mientras lo despedía con un beso.
     Cuando llegó al taller, preguntó por Jorge a los operarios, ellos le dijeron que seguramente estaría por llegar.
     El jovencito se sentó en un banco de madera que estaba en la vereda tiraba unas piedras a un árbol de la vereda del frente.
     Quince minutos después vio que llegaba una camioneta verde menta, con ruedas anchas y el capó redondeado; era un modelo 59 restaurado. Carlitos fijó su mirada en el vehículo, cuanto más se acercaba, más se le caía la mandíbula al muchacho.
—Hola, Carlitos, ¿qué te trae por aquí? —Saludó desde la ventana de la camioneta, Jorge.
—¿Cómo está, señor?, eh,…estuve pensando en lo que me había comentado en la última ocasión en la que lo visité.
—¿Te refieres a lo del aprendiz?
—Sí, señor, me gustaría aprender el oficio.
—Bien, entonces comencemos, hoy tenemos mucho que hacer.
     El día pasó tan pronto que no se dio cuenta de que era hora de volver a su casa, el dueño lo felicitó porque había hecho un buen trabajo esa jornada, “la paga acá es semanal”.
     Por el monto que le dijo que recibiría, sacó la cuenta de que le tomaría siete semanas ahorrar para realizar su sueño.



martes, 17 de abril de 2012

Escritor desempleado


                Era una madrugada lluviosa, tomé el paraguas y salí a buscar el diario, tenía un presentimiento extraño, de regreso a casa traje el diario debajo del impermeable, como cuidando un tesoro valioso. Mientras desayunaba un café cortado, un anuncio de diez por diez llamó mi atención, tenía un título: «Se Necesita Escritor». Mi corazón saltaba en mi pecho, publicar un libro, es lo que siempre quise hacer, marque el anuncio con un lápiz, apunté la dirección y el teléfono, las manos las tenía húmedas como si la lluvia hubiera ingresado a la habitación, era muy temprano para hacer una llamada, entonces tomé el impermeable, el paraguas y el diario, y salí con rumbo a esa dirección por temor a que alguien se me anticipara.
                La dirección era Av. Quintana 380, en Recoleta. No era un lugar al que estaba acostumbrado a ir en busca de empleo. No había nadie, y me sentí contento de ser el primero de la fila. Pasó media hora y, extrañado de seguir siendo el único, me dispuse a verificar la dirección en el anuncio. Leí: «solicitar entrevista por teléfono de 10 a 13 h». Miré a los costados, me puse la mano en la frente intentando tapar la vergüenza que sentía y regresé a casa.
La taza de café aún me esperaba sobre la mesa de la cocina, lo calenté un poco y me preparé para terminar el desayuno. Mientras hacia hora para hacer la llamada telefónica, la hora parecía no pasaba más, era las 7:50 h. Preparé otro café, llamé a la panadería donde trabajé eventualmente, para anunciarles que llegaría tarde ese día. Luego de tomar varias tazas de café, mirar y rever el anuncio, fije mis ojos en el reloj que pendía en una pared del comedor, y esperaba con el teléfono sobre mis rodillas.
Sentí que toda mi vida pasaba por mi mente, como si se tratara de una película con un final que sería a las 10 h, el momento cuando realizaría la llamada para concretar la entrevista; luego de fantasear con el nuevo empleo, el momento había llegado.
Con la mano temblorosa disqué el número, la ansiedad me dominaba, respiré profundo tratando de controlar el nerviosismo debido a esta oportunidad.
—Hola—, Era la voz de una joven.
—Hola, mi nombre es Juan Carlos, llamo por el anuncio del diario —contesté.
— ¡Ah, si!, le comento que las entrevistas serán en cuatro días, el anuncio se publicará hasta el día miércoles, el jueves de 11 a 13 h será una entrevista conjunta ¿puedo tomar sus datos?
Cuando terminé de pasarle mis datos, tomé nota de la hora, la fecha y la dirección del lugar de la entrevista. Luego sencillamente caí desplomado en la silla con una sensación de paz.  Ahora solo me quedaban los cuatro días de espera. Quién sería el personaje, era la pregunta que carcomía mi cabeza. Salí del departamento con rumbo a la panadería, mi llegada no podía ser más oportuna, el local estaba desbordado de clientes, y decenas de pedidos que despachar. La rutina del local absorbió toda mi atención aquella jornada.
Los días transcurrieron uno tras otro, hasta que llegó la fecha de la entrevista. Me puse la mejor ropa que tenía: la camisa a rayas y el viejo pantalón marrón de vestir. Eran 10:45 h cuando llegué al lugar, la calle tenía un delicioso aroma de los Jacarandas que esa mañana habían florecido, el edificio tenía un magnifico ingreso de  mármol de Carrara, tres araña doradas pendían a lo largo del pasillo, llegué al octavo piso y toqué el timbre, luego de un instante sonó el pestillo e ingresé, el  salón tenía solo dos sillones mullidos, me  senté mientras esperaba. Minutos después sonó nuevamente el pestillo e ingresó una elegante señorita que me dijo que venía por la entrevista, «también yo», conteste. Se sentó en el otro sillón y fijó su mirada en un helecho que colgaba del otro lado del salón.
Entonces se oyó ruidos de puertas que se abren y cierran, apareció una elegante dama de traje oscuro, saludo con cortesía y nos invitó a pasar a la sala donde se encontraba la señora quien contrataría el servicio de un escritor. La dama de traje oscuro, nos presentó ante la señora por nombre a cada uno de los postulantes, ella nos invitó a sentarnos y nos hizo una serie de preguntas, de dónde éramos, a qué nos dedicábamos, si teníamos familia, y la última fue porqué habían venido a la entrevista. Mi deseo era trabajar en lo que me había formado.
Nuestras respuestas parecieron satisfacer a la señora, continuó con un breve relato de su vida, dónde había nacido, cómo había llegado a la gran ciudad y dónde había perdido a su familia paterna cuando era muy joven. «Pero no es esto lo que quiero para mi biografía, lo que busco es lo que viene ahora». Luego de una pausa se puso de pie y comenzó a caminar en la sala en círculo, «llevé una vida muy dura desde que salí de la casa de mis padres, fui traída con engaños a esta gran ciudad, donde mi trabajo sería la de cuidar los niños de una familia adinerada, pero nunca conocí a esa familia, sino que terminé en un burdel en la que me prostituyeron y llevé una vida miserable por casi diez años, en ese lugar conocí al hombre que me sacó de ese mundillo ruin, me casé con él y tuve dos hijos, me esforcé por ser la mejor madre y una mujer digna del hombre que me llenó de lujos y vida de una señora distinguida. Me hizo recorrer los mejores lugares de Europa, en la que me instruí en distintas áreas importantes que hicieron de mí una señora distinguida». Se detuvo en una ventana y miraba como se agitaban las flores del jacarandá.
«Pero la felicidad no llegaba a mi vida, desde que salí de los burdeles, el círculo de amigos de mi esposo, nunca habían dejado de vejarme, pero siempre hacía que eso no me llegaba, nunca me había quejado de estos atropellos, aunque bien conocía la historia oculta de esa gente. El propósito de contratar un escritor es la de exponer la vida oculta de todos aquellos que me maltrataron, ya no tengo nada que aparentar, mi esposo e hijos fallecieron en un accidente, ellos eran el objeto de mi vida, por la memoria de ellos, deseo descubrir la vida de aquellos que me sometieron a la vida de burdel que resultaron ser falsos amigos de mi marido. Tal vez no llegarán a ser famoso por este libro, hasta podrían ser objeto de seberas persecuciones, en cuanto a mí, ya no me queda mucho tiempo de vida, pero si alguno de ustedes no está dispuesto a correr riesgos, este es el momento en que debiera retirarse».
Al ver que ninguno de los dos nos movimos de nuestros asientos, continuó con el relato. «En el círculo se encuentra ex comisarios, senadores, gente del gobierno, aristócratas que acumularon fortunas con el tráfico de blancas». Por un instante quise salir corriendo de ese lugar, quién soy yo para enfrentarme a quijotescas hazañas, pero el instinto me tenía sujeto al sillón. «Estoy dispuesta a financiar la publicación en el extranjero, todo los gastos serán cubiertos ni bien se inicie el trabajo. … Ahora nos tomaremos 15 minutos para tomar un refrigerio».
La presión estrujaba mi cuerpo, tenía movimientos torpes y tartamudeaba al hablar, intercambié opiniones con la señorita, la otra postulante, ella se dedicaba a reportajes culturales para un diario local, todo esto era demasiado complicado para ella, dejó notar que su interés había decaído luego de oír la propuesta. Por mi parte estaba dispuesto a seguir adelante a pesar de las posibles consecuencias. Luego de tomar unas deliciosas masitas finas y café, volvimos para la entrevista.
Sentí un poco de alivio, podía sentir en mi pecho la sensación de que mi vida cambiaría si me tomaban para escribir la biografía, después de todo no tengo nada que perder, la panadería fue un magnífico lugar para pensar que haría de mi vida, hasta que decidí buscar una oportunidad que no sea un trabajo de sol a sol, sentía que ésta era mi oportunidad.
La señora retomó la entrevista: «Sé que no es fácil lo que pretendo, pero quiero que estén sobre avisados de los riesgos que este trabajo implicará, brindaré materiales que documentarán los relatos que se incluirán en el libro, pero ahora me gustaría escucharles a ustedes. ¿Cuál es la opinión que tienen acerca de este desafío».
Nos miró fijamente el rostro a cada uno, como esperando encontrar un indicio favorable, miró a la joven y le pidió que iniciara con su opinión. Habló poco pero fue muy cortés al expresar su opinión, al igual que yo, ella deseaba cambiar su vida rutinaria, por algo que fuera diferente, pero definitivamente esta propuesta no era lo que buscaba.
Cuando terminó me sentí aliviado, confirmó mi sospecha de que abandonaría la postulación. Luego la señora giró su mirada hacia mí esperando  mi opinión acerca de su proposición, lentamente comencé a explicar que siempre tuve interés en historias complicadas que afrontar, volqué mi mirada hacia la joven, y le di una palabra de agradecimiento por dejarme tomar este desafió, si la buena señora así lo consideraba. Expresé mi interés por iniciar lo más pronto posible. «¡Bien! es lo que esperé oír hoy» fue un inusitado grito de júbilo de parte de la señora, se puso de pie para saludarnos con un fuerte abrazo nos despidió, «la señorita se comunicará con usted por el día del inicio y los horarios de trabajo».
Nunca había tenido una emoción tan fuerte como esa ocasión, todo tenía un singular perfume a euforia, definitivamente dije adiós a la vieja panadería.


Mi amigo sabueso

Eran años difíciles los que pasaban, la madre había fallecido y dejado a sus hijos los únicos dos bienes libres de deudas: el viejo auto y el sabueso.
Los muchachos venían de perder la casa donde habían nacido. Su padre había muerto por una bala perdida en las revueltas callejeras promovidas por los miles que protestaban por los despidos masivos. Su madre había pasado postrada varios años por alguna enfermedad que el padre había mantenido siempre oculta, con el propósito de hacer liviano el desarrollo de sus hijos.
«El auto para Lucas, el sabueso para Maxi». Detallaba la última voluntad de sus padres.
Maxi, el más pequeño, se sintió desilusionado, hasta traicionado, por sus padres.
Pasaba los días recorriendo las plazas donde paseaba a Tiko, el sabueso juguetón. Cansado de caminar todo el día, permanecía sentado en algún banco de la plaza, mientras su mascota corría tras las palomas, por la noche le alcanzaba un palo para que se lo tirara, mientras retozaba en el césped.
Una noche conoció a una señora, cuando ella paseaba a su delicada caniche. El sabueso corría en círculos incitando a la visitante a que corriera tras él. Los fuertes tirones que hacía la caniche molestaron a su dueña, que, con tono de enfado, expresó «¡Alto! acá» e hizo sonar su palma en la pierna derecha. Como un destello, caniche y sabueso aparecieron sentados a su costado, con la cabeza en alto y la mirada fija al frente.
La señora cambió su expresión de enojo por una de  sorprendida e incrédula, bajó la mirada y la mantuvo fija en ambos perros; con los labios temblorosos, dio un paso al costado, se llenó de aire hasta conseguir erguirse y dio la orden de: «!Busque¡». El sabueso salió corriendo hasta donde estaba Maxi recostado en la banca, tomándolo de la mano y a los tirones lo llevó hasta donde estaba la señora.
Con la cara de desconcierto el muchacho dejó sus quejidos y levantó los ojos, era una figura espigada, mirada penetrante y con rostro de satisfacción, esbozó una sonrisa.
—Eres el dueño —inquirió la señora.
—Ah… sí, sí —titubeó, intentando salir de su turbación.
—¿Cómo se llama el sabueso?
—Su nombre es Tiko.
—Es un perro muy lindo. ¿Dónde lo entrenaste?
Puso su mano izquierda en la cabeza y con la mirada dispersa en la plaza, comenzó a contar que el sabueso era el legado de su difunto padre, él lo había encontrado en una plaza cuando regresaba del empleo, había permanecido un par de horas esperando a que alguien lo fuera a buscar, durante dos semanas lo llevó a esa plaza por si aparecía el dueño del cachorro, jamás alguien lo reclamó, cuando tuvo edad suficiente lo entrenó y enseñó trucos, era su ocupación diaria mientras estuvo desempleado.
La señora sacó una tarjeta y le pidió que lo visitara y que no olvidara llevar a Tiko. «Pregunta por Estée». Con una amplia sonrisa se despidió de sus dos nuevos amigos.
Maxi aún no salía de su perplejidad, caminó hasta la banca que durante la noche hacía de litera y durante el día de confortable sofá. Pasó el feriado largo y, como había prometido, fue a visitar a la señora dueña de la caniche.
En la dirección que indicaba la tarjeta, había un enorme edificio de varios pisos, recubierto de cristal; dos guardias de seguridad custodiaban el ingreso del edificio. Cuando el joven se aproximó, uno de los guardas salió y lo detuvo en la puerta:
—Chico, no se permite perros en este lugar.
 Maxi sacó del bolsillo la tarjeta
—Vengo a visitar a Estée, ella nos invitó.
         El hombre ingresó con la tarjeta en la mano, fue hacia la recepción, donde una joven tenía la nariz hundida en una pantalla. Levantó la mirada y preguntó:
—¿Qué traes en la mano? —El vigilante alcanzó la tarjeta.
—Ah, es de la directora de la empresa, ¿quién te la dio?
El custodio indicó hacia el muchacho y su mascota. Entonces, ella tomó una tarjeta magnética que tenía en su escritorio y, con paso firme, se dirigió hasta donde estaba el joven con su sabueso.
Lo llevó hasta el décimo piso, durante todo el trayecto no quitó su mirada del joven. Lo dejó en una amplia oficina en compañía de una elegante secretaria, tras esperar media hora, lo hizo pasar al despacho de Estée. La señora le hizo una cálida recepción, propinó algunos mimos a Tiko, y este no dejaba de festejar las caricias.
Por varios minutos indagó con preguntas sutiles al muchacho, hasta que le hizo una propuesta:
—Estuve entrenando a Candice, mi caniche, para un proyecto de alivio de estrés que hasta hoy no he podido poner en marcha, debido a la extremada timidez de Candice. Tiko es vivaz, simpático, un poco atrevido y además está entrenado. Lo que quiero decirte es que me gustaría que trabajen conmigo en este proyecto, tendrás un departamento para ti y Tiko, por supuesto, recibirás un sueldo por dos. ¿Me ayudarás con este proyecto?
—Sorprendió al joven, que no esperaba semejante propuesta.
—Su oferta es muy generosa, y no me puedo negar, en respuesta a su pedido, haré mi mejor esfuerzo para que sea exitoso su plan.
El joven volvió incrédulo a la banca de la plaza, en su cabeza martillaba el pensamiento:
«Cómo pude dudar de la generosidad de mi padre».